Como casi todas las historias de superación, la suya se forjó en la necesidad. En la realidad vil y cruda del que no tiene la suerte de tres comidas al día, pero aprende a sobreponerse de la miseria y vence –con descomunal esfuerzo- a la adversidad absoluta, aun cuando tiene todo a favor para terminar sus días en un hoyo. Por eso, antes de su mejor temporada goleadora en 2019 con UTC en la Liga 1, antes de aquel verano del 2015 en que cumplía su sueño de debutar en Alianza Lima, antes de su inolvidable partido en Wembley con la selección peruana en 2014; mucho antes de consagrarse héroe y campeón con el Zilina de Eslovaquia en 2012; Jean Carlos Deza Sánchez era un niño solo cuando cerraba los ojos. Abiertos, le tocaba ser el hombre de la casa aunque tenía tres hermanos mayores. Correr por los suyos y ser testigo de situaciones límite que terminaron por forjarle el carácter. Ahí, en su barrio de Gambetta Alta, Jean Deza no vivía, sobrevivía con la pelota como única arma de combate.
Precaria y turbulenta, este tipo de infancia suele ser determinante en el futuro de un ser humano. Y en el caso particular de un futbolista, apalancan aquella ferocidad con la que van en busca del éxito. En la vida de Deza, el talento natural coincidió con la urgencia por escapar de una realidad desfavorable. Y aunque entre todas las salidas que ofrece la vida siempre están al alcance los vicios, Jean escogió el fútbol como túnel de escape.
A los 8 años no era Jean Deza. En el barrio de Gambeta Alta era ‘Kukín’ y cuando la rompía con la categoría 1995 de la academia Cantolao era el ‘Loco’. En casa, para su madre Chabela, era el menor de los cuatro hijos con Luis Deza Astudillo y aquel pequeño al que le repetían que se portara bien y que pobre que de grande saliera en el programa de Magaly. Cuando corría detrás de una pelota en la pista o en la loza, se sentía Messi o el ‘Fenómeno’ Ronaldo. Para sus amigos era el que iniciaba la chacota. A los 15 años era la joya que esperaba encontrar Boca Juniors y para su primera nota en el diario deportivo El Bocón, allá por el 2013, era apodado ‘Guapito’. Ya luego, como protagonista de indisciplinas y bataolas sería ‘Ratón’. Hoy, sin embargo, es el típico caso del futbolista que acaba de perder su enésima oportunidad. ¿Quién era entonces Jean Deza?
Hace algunos años, en una entrevista de TV, le preguntaron por su canción favorita y él, luego de dudar al sentirse examinado por el lente de la cámara, respondería de manera inocente que “Vuelve”, aclarando que se refiere a un hit del reguetonero Don Omar. Emite una sonrisa amplia, pícara y comienza a cantar con un devaneo del cuerpo como haciéndole coro: “Vuelveee, que el dolor me mataaaa…”. Parece sentirse más a gusto luego de su espontáneo recital y apenas se sonroja cuando le dan a elegir entre ron o whisky en una suerte de ping pong. Entonces pone la expresión como de travesura reciente y achina los ojos para confesar sin pena: “wiscacho”.
Denuncias policiales y escándalos después, era figura en UTC y lo rumores comerciales lo relacionaban con dos grandes como Alianza Lima y Universitario de Deportes. Incluso, lo incluían en el universo convocable de Ricardo Gareca. Por primera vez en años era capaz de sostener 90 minutos de juego en un mismo partido pese a ese cuerpo abatido por la mala noche y una curiosidad terrible. Tan sorpresivo fue su segundo aire que Pablo Bengoechea aceptaría repatriarlo en tienda íntima. Al uruguayo lo sedujo la posibilidad de adiestrar a aquella fiera que en 2014 hizo debutar con la selección peruana nada menos que en el majestuoso estadio de Wembley y ante la prolija selección de Inglaterra.
Seis años después de ese recuerdo imborrable que le llega a la memoria cada cierto tiempo como quien conmemora un amor fallido, otra vez las circunstancias y la mala cabeza lo ponen en jaque. Bengoechea no puede con él y parece que tampoco una pandemia que lo zarandea todo. Hasta que el pasado 9 de junio cumple 27 años y el saludo ausente del club le sirve de advertencia. Su inestabilidad lo hacía tan peligroso como las plantas nucleares, pero en Alianza Lima habían decidido fiarse de su palabra. Mario Salas, no.
Como todas las historias de superación, la suya se forjó en la necesidad. Pero a diferencia de las historias con final feliz, a la de Jean Deza parece hacerle falta un estabilizador. Un cable a tierra. Algo –o alguien- que le enderece el timón cuando está a punto de volcarse. Un motivo que lo equilibre antes de que la pelota –también- lo deje. Y es que aunque toda su vida ha sido ir al ataque, a veces defenderse con uñas y dientes también es parte de querer seguir adelante.