Como toda buena historia de amor, el drama siempre es el protagonista. Desde la fruta prohibida de Eva a Adán, los suicidios de Shakespeare o los romances prohibidos de Vargas Llosa: está comprobado que son aquellos amoríos tórridos los que más marcan. Poco importa cómo inicie la desdicha (mentiras, traición, problemas familiares, etc.), no hay manera en que esas relaciones se olviden. Tienen un lugar especial en el alma y, como tal, solo a veces dejan espacio para la reconciliación.
Este es justamente el caso del vínculo entre la Selección peruana y los hinchas. A lo largo de nueve Mundiales, los jugadores han tenido que soportar críticas (a veces muy acertadas), reproches (fundados en la frustración) y llamadas de atención, pero siempre con el sueño de volver a la gloria. Es gracias a este largo proceso de ensayo y error que se decretó que solo los puros de corazón pueden portar la blanquirroja en el pecho. Fue ahí cuando la historia empezó a cambiar.
Ese torbellino de emociones también tocó a los hinchas, quienes vieron poco a poco cómo se iban extinguiendo en los estadios. A esos incondicionales debemos darles las gracias porque ellos creyeron cuando muchos en la cancha ni siquiera lo hacían en ellos mismos. Y es que a veces así es el amor: uno da más que el otro, pero ni por eso se está dispuesto a abandonar.
Poco importa si es que el ser amado se muda a casi 13 mil km. de distancia, a un país donde el abecedario es diferente y el clima es aún más loco que Lima en invierno. El corazón pesó más que la billetera para 35 mil peruanos, quienes llegaron a Rusia con la meta de colonizar Saransk, Ekaterimburgo y Sochi para pintarlas de rojo y blanco a punta de banderazos.
Pero, como en toda relación, hay altibajos y los problemas llegaron cuando la luna de miel recién empezaba. A pesar de todo el esfuerzo para llegar al Mundial, la ilusión se terminó muy pronto: perdimos ante Dinamarca y Francia. Fuimos eliminados, pero jamás derrotados. El tercer equipo más bajo del torneo (1.78 m. en promedio) no se achicó ante los grandes de Europa y demostró que el amor sí puede mover montañas.
¿Cómo no emocionarse si se ve al alma gemela alentando hasta el final? ¿O como cuando viaja 17 horas en avión para luego meterse 28 horas más en tren para verte, camina bajo una lluvia torrencial y se queda sin voz solo para hacerte saber que está ahí por ti? Sí pues, hay amores que marcan, pero quizás ninguno tanto como este.
Ahora, ya sin esperanzas en Rusia 2018, toca curar la herida en el corazón. Es raro porque donde realmente duele es en la punta de la lengua, por esos goles que se quedaron a medio cantar. Será difícil reponerse, de eso no hay duda, pero es el riesgo que se toma cuando uno se enamora. Este es el precio por querer bonito, y vale cada lágrima derramada.