Son pocas las personas que pueden sentirse como ‘peces en el agua’, literalmente. Vivir de lo que les gusta, rompiendo esquemas y paradigmas, aprendiendo en el camino que siempre puedes dar más de ti mismo y, como resultado, llegar hasta la cima. Aquello parece un sueño, pero quienes lo persiguen sin cesar, logran nadar al ritmo de su enérgico corazón.
María Alejandra Bramont supo desde muy pequeña que lo suyo era estar en el agua. A los tres años se divertía como cualquier infante; a los 12 arrancó con las competencias en piscinas; y desde los 15 ha emprendido un viaje, nadar en aguas abiertas, que aún tiene muchas estaciones por delante, pero la próxima está a la vuelta de la esquina: los Juegos Panamericanos 2019.
La mayoría de hombres y mujeres en el Perú se dedica a la natación en piscinas, dado el peligro de bracear en aguas abiertas. Al ser carreras de 5 o 10 kilómetros –incluso más–, un calambre o cualquier otro inconveniente puede resultar letal. A ‘Mariale’ le gustó.
“Si bien al principio lo que buscaba era entrar a una selección, al participar de la Copa Pacífico (2015) me di cuenta de que nadar en aguas abiertas era lo mío. Entrenar con mis compañeros siendo la única mujer entre ellos me hizo sentir más confiada para competir en esta categoría”, cuenta.
Esa confianza le ha permitido bracear hasta posicionarse entre las mejores del continente, pero esa no es la meta, sino el inicio. Los reconocimientos la impulsan a continuar mejorando, y en ese proceso va obteniendo medallas y otras recompensas, como entrenar al lado de la N°1 del mundo en esta disciplina, Ana Marcela Cunha.
Y no se trató de contactos ni coincidencias. ‘Mariale’ se ganó este privilegio a pulso. En el último Sudamericano de Deportes Acuáticos –realizado en Perú, en noviembre–, Bramont sencillamente la ‘rompió’: en la categoría 5K quedó segundo, solo detrás de la propia Cunha, y luego sumó dos medallas más: aguas abiertas por equipos y en 1,500 metros (piscina).
La enorme capacidad de esta chica de 18 años, desconocida en la élite de la natación hasta ese momento, no pasó desapercibida. “El entrenador que prepara a Ana Marcela Cunha, Fernando Possenti, habló con la mía, María Isabel Barragán. Le comentó qué trabajos hacía la brasileña y que yo tenía el potencial para soportarlo. Así llegué a España poco después. Y, por tres semanas, me sentí parte de esa élite”, comenta con orgullo.
Possenti tenía razón. Alejandra, quien ya había cumplido 19 años, aguantó la exigencia de aquel retiro deportivo. Tres semanas junto a otras tres nadadoras (dos brasileñas y una portuguesa) en el centro de alto rendimiento de Sierra Nevada. A pesar del invierno, pues viajó en quincena de enero –la temperatura bajó hasta un grado–, logró ir al ritmo de la campeona mundial.
“Marcela no habla mucho español, pero durante las sesiones me dio algunos consejos para mejorar mi rendimiento físico e intensificar mi resistencia. Me dio mucho apoyo y es algo que jamás olvidaré. Llegué a Perú súper animada, porque sentí que me pude comparar con las mejores del mundo y eso te cambia de mentalidad”, recordó ‘Mariale’, emocionada.
La nadadora peruana sabe que se reencontrará con Ana Marcela, esta vez no como compañeras de práctica, sino como competidoras, cada una con su bandera en el pecho, en Lima 2019. Y junto a Marcela vendrán nadadoras top del mundo, como lo son las representantes de Estados Unidos, Brasil y Ecuador, equipos que generalmente quedan en el podio.
Quedan poco menos de tres semanas y María Alejandra se siente motivada. Sabe que necesita bracear fuerte. No solo para regalarle otra alegría al país, sino porque es consciente de que, a sus 19 años, este puede ser solo el comienzo de un enorme océano de oportunidades que solo ella puede atravesar. Lima 2019 es solo la orilla.
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