Todo parecía consumado. La selección brasileña vivía una etapa nefasta, titulada en el 1-7 ante Alemania en 2014, y potenciada con dos eliminaciones -en octavos y fase de grupos respectivamente- de las Copas América 2015 y 2016. Pero apareció Tite.
Tras muchos años (desde 1990) entrenando a diversos equipos del fútbol de su país, el entrenador de 55 años tomaba uno de los retos más difíciles para cualquier técnico: devolver a donde merece estar el pentacampeón mundial.
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El camino no sería fácil. Brasil, acostumbrado a grandes delanteros centros como Ronaldo, Romario, Rivaldo o Bebeto, encontraba en la ausencia de un '9' la excusa perfecta de todos sus males, cuando, claro, todo era un poco más complejo.
Tite; sin embargo, lo entendió así y, sin dudarlo, encontró el nombre. En el Palmeiras estaba el elegido. El de los nuevos aires, "el único héroe en este lío", ese que parecía destinado a salvar a su país. Con 19 años, Gabriel Jesus se ganó un lugar y su selección empezó a volar.
Tite había dado en el clavo con lo psicológico, le tocaba el táctico. Sin cambiar el número telefónico -mantuvo el 4-1-4-1 que muchas veces utilizó Dunga- generó automatismos a través de la posesión y dio libertad a sus hombres de ataque. El resultado pareció ser perfecto.
Desde su llegada, Neymar ha anotado y asistido cinco de los seis partidos que ha jugado, Gabriel Jesus ha participado en goles en la misma cantidad de encuentros; mientras que Coutinho, con un promedio menor de influencia en el gol, ha ganado el protagonismo que no tenía en el pasado.
Ahora, Brasil mira con luces hacia el futuro. Con siete triunfos en la misma cantidad de juegos, 23 goles a favor y dos en contra, la 'verdeamarela' parece querer demostrar que "no todo tiempo pasado fue mejor".
Al final, pareció ser una cuestión de confianza. De esa que se gana con trabajo y más trabajo. Porque ahora, nueve meses después de su eliminación ante Perú, nadie habla de una carencia de futbolistas brasileños, sino todo lo contrario. Y eso es Tite.
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