Flick dejó claro en la previa del partido que contaba con Casadó para esta temporada. Para él, no había debate. Para el jugador, tampoco. También lo dijo de Fermín, quién no tuvo minutos y una oferta del Chelsea acecha en Barcelona, con el equipo con jugadores por inscribir y el mercado abierto hasta el 1 de septiembre.
Y cuando un club con las limitaciones salariales que arrastra el Barça se enfrenta a la planificación de su plantilla, no le queda otra opción que guiarse por los datos fríos y objetivos que dictan los números. Las cifras, desnudas de emoción, se imponen al corazón, aunque resulte incómodo en un deporte donde los sentimientos lo son casi todo.
El conjunto blaugrana está condenado a contar cada céntimo, lejos del músculo financiero que lucen los clubes-estado como el Real Madrid, el PSG o el Manchester City, amparados por un sistema que mira hacia otro lado. En Barcelona, cada inversión se revisa con lupa. Cada posible venta, por dolorosa que parezca, se analiza al detalle porque de ello depende el equilibrio de un proyecto que, ahora mismo, no puede competir en la misma liga económica.
Las famosas “palancas” y el malabarismo contable no son un capricho de la junta presidida por Laporta, sino la respuesta desesperada a una herencia devastadora y, también sea dicho, a un contexto profundamente desigual que altera las reglas del juego, ya sea a través de petrodólares incuantificables, a pelotazos urbanísticos o a triquiñuelas con los impuestos como con la reciente Ley Mbappé, hecha a medida para facilitar el fichaje del francés por el Real Madrid.
Pese a jugar con una baraja que no reparte las mismas cartas, el Barça sigue sentándose en la mesa de los grandes. Y lo hace gracias a La Masia. La mejor academia de futbolistas del planeta se ha convertido, otra vez, en el salvavidas del club. Sin ella, el Barça de hoy sería poco más que un Milan que vive de recuerdos o un Manchester United que anda desorientado, desde hace años, gastando millones a raudales incapaz de encontrar su sitio en el fútbol moderno.
El modelo formativo de La Masia ha blindado al Barça de otra travesía por el desierto. Y, precisamente por eso, cualquier decisión que amenace ese patrimonio debe ser frenado de inmediato y rechazarse sin titubeos. Esto incluye considerar la remota idea de malvender a jugadores que son símbolo del proyecto creados en casa.
Desde mi punto de vista, y del de la gran mayoría de la afición, no tendría ningún tipo de lógica abrir la puerta de salida a Marc Casadó, ni mucho menos a Fermín López, de no ser que te lo pidan ellos o que la oferta supere los límites de la lógica. Sería un desprecio total. Una forma de maltratarlos sin sentido. Porque estos chicos no solo sienten lo que es ser del Barça, no solo son el alma del equipo, sino que, además, repito, te han salvado en uno de los momentos más delicados de la historia del club y, además, lo han devuelto al sitio que se merece.
Casadó y Fermín han sudado sangre para llegar al primer equipo. El primero, con una paciencia infinita esperando su oportunidad, que aprovechó dando un rendimiento excelente mientras Frenkie de Jong y Gavi estaban lesionados; y el segundo, incluso aceptando una cesión a un equipo de inferior categoría para ganarse un puesto de azulgrana, donde cada vez que juega cumple con nota llegándole a disputar la titularidad a Olmo. Ajustar las cuentas con jugadores que encarnan el ADN del club como nadie no debería ser la solución, porque el valor de estos futbolistas no se paga con dinero.

