Una vez tuve la oportunidad de conocer a Mauricio Pochettino. Fue el 25 de agosto del 2012 en Barcelona. Fui por trabajo y sin saberlo me hospedé en el mismo hotel de concentración del equipo que por ese entonces dirigía: el Espanyol. Me di cuenta, cuando bajaba al lobby a almorzar y vi en el ascensor a un chico de más de 30 años vestido con la ropa deportiva del club. Yo estaba tan distraído que, sin verlo detenidamente, le pregunté si era trabajador del Espanyol, a lo que me respondió “no, yo soy futbolista”, y rápidamente le consulté su nombre a lo que contestó con cierta sonrisa: “Soy Simao Sabrosa”. Me quería matar por no haberlo reconocido. Automáticamente le dije que admiraba su juego y hasta le pedí una foto. La pueden encontrar hoy en mis redes sociales.
Luego de esa escena, me di cuenta que Simao bajaba porque ya se iban al estadio para enfrentar a Zaragoza. Inclusive el bus ya los estaba esperando. Yo, por mi interés de ser entrenador, quería conversar con el técnico del equipo. Sabía que era Pochettino y había escuchado sobre su propuesta atractiva. Claro, ese Pochettino no es el mismo que el de ahora.
El Mauricio Pochettino de hoy es reconocido mundialmente. Es un técnico identificado por confiar más en la empatía con el jugador que en la complejidad de la estrategia y la táctica. Si bien es un estudioso del fútbol, le termina dando mayor importancia a crear vínculos afectivos con su plantel sin la necesidad de levantar un muro que marque distancias por su cargo de entrenador. Esto crea lazos amicales, genera un afecto que hace que el futbolista no quiera irse del club y que a la hora de que este necesite un plus de esfuerzo para ganar un partido, no va a dudar en entregarlo. Lo que vimos ante Ajax definitivamente fue ese plus.
“Aquí llevamos cinco años y la mayoría de los jugadores estaban al principio. Esto significa que, si no tocas ese plano personal, el proyecto es imposible de sostener. ¿Qué es el Tottenham? ¿Cuál es nuestro orgullo? Que un portero como Hugo Lloris, que hace un año ganó el Mundial, venga un día y me diga: “Jefe, su Copa del Mundo está aquí””, explicó el DT argentino en una entrevista al diario El País refiriéndose a la réplica de la Copa del Mundo que le regaló su arquero Lloris y que hoy está en el estante principal su oficina.
Una muestra de lo que es Pochettino como persona es que conserva el mismo comando técnico desde el Espanyol. Para los que entienden lo que significa la convivencia, esto habla maravillas del técnico argentino. Su primer asistente es el español Jesús Pérez, que cuando clasificaron a la final de la Champions puso en su cuenta de Twitter “Déjame decirlo, te amo Mau”. Su otro asistente es Miguel D’Agostino, un amigo de la infancia con el que jugó en las inferiores de Newell’s. Y el preparador de arqueros es Toni Jimenez, ex Portero del Espanyol con el que compartió canchas en 1994. No es raro verlos a ambos después de los entrenamientos jugando remates al arco con apuestas de por medio.
Volviendo a la escena del principio, continué buscando al DT por todo el hotel hasta que lo vi salir del ascensor con cara de apurado. Sin pensarla, lo intercepté y le expliqué que yo también quería ser técnico y le pedí un consejo para serlo. Soltó la maleta de rueditas que jalaba y con mucha grandeza se tomó el trabajo de explicarme que para él lo más importante es el lado humano, y que si conseguía la confianza del jugador cualquier estrategia serviría.
Charlamos tres minutos y luego se fue. Cuando me dio la espalda, tontamente le pregunté si lo podía entrevistar. Me respondió “Y todo lo que conversamos ¿no te sirvió?”. Después de ver mi cara de autogol me dijo “no doy notas antes de un partido, después del juego hablamos”. La entrevista nunca se dio, pero ahora puedo decir que definitivamente esa charla me sirvió de mucho. Hasta para escribir esta columna.