La historia de un 7 a 1: cuando a Brasil dejó de interesarle el fútbol

Hoy 8 de julio se cumplen dos años de la histórica goleada de Alemania por 7-1. El día que el fútbol le enseñó a Brasil que no solo se gana con pasión.

se emocionaba y lloraba al cantar por primera vez en el torneo su himno ante Croacia. También lo hacía mientras se ejecutaban los penales contra Chile en octavos de final. Y al festejar el gol de David Luiz contra Colombia.

Brasil se emocionaba y bramaba su himno. Prefería no cantarlo, lo gritaba. Brasil rompía todo protocolo y mostraba la camiseta del héroe caído en batalla. Brasil miraba al cielo en el calentamiento ante Alemania y nuevamente los ojos se le llenaban de lágrimas. Brasil estaba psicológica y emocionalmente muerto.

El estadio Mineirao poco a poco se llenaba de camisetas amarillas y máscaras de Neymar. La frustración del hincha brasileño aparecía pues no podía disfrutar de ver a su equipo en semifinales, la tensión de perder aumentaba. Para eliminar ese estrés solo les quedaba alentar. Así le ganaron a Colombia, en base a aliento. Colombia se bloqueó, no pudo con todo el público en contra. No se atrevió.

Pero Alemania cantaba su himno en calma. Incluso sonriendo al terminar. Ansiosos por demostrar que eran los mejores. Se olvidó del resto. Salió a atacar al favorito, al obligado a ganar. Salió a jugar al fútbol.

El partido más corto de la historia

Este partido de Copa del Mundo duró 22 minutos. Tras error de Marcelo que generó un tiro de esquina, Muller aprovechaba la falta de coordinación en la defensa brasileña y marcaba el primero. Klose, minutos más tarde y tras gran jugada colectiva, anotaba el segundo.

Y allí quedó eliminado Brasil.

El apagón y el saberse perdido

Los brasileños buscaron desde el primer minuto ante Croacia convertirse en héroes. Priorizaron el amor por su país, la camiseta, la historia, la novela perfecta del que celebra con su gente, por encima del juego. Se olvidaron del fútbol. La tragedia de 1950 no se repetía, quedaba atrás. Empezaba, ahora sí, a descansar en paz el portero Barbosa.

Uno tras otro llegaban los goles y en un abrir y cerrar de ojos el marcador era de 5 a 0. Las cámaras muchas veces engañan, porque la tristeza emociona más al espectador. La imagen de una muchacha y un niño llorando daban la vuelta al mundo. Pero la mayoría de aficionados brasileños dentro del estadio, no estaban tristes. Estaban perplejos, incrédulos, sorprendidos. Sin ninguna reacción. Pero el tablero gigante en una de las esquinas del estadio no engañaba. Sufrían la peor goleada en su historia.

Eran testigos de algo que no estaban preparados a ver. No era la tristeza de una derrota. Era una sensación diferente. Indefinible. Y se miraban unos con otros. Buscando a algún otro compatriota que le explique lo que estaba pasando. Movían la cabeza de un lado a otro en señal de negación. No había furia ni pena. El silencio reinó en el Mineirao.

Y en el escenario, Brasil miraba su propia muerte. Actor y espectador. Con el 2 a 0 se sabían eliminados. Eso los congeló. Les aterró el silencio de un estadio que minutos antes no paraba de alentar. Y nadie repetía la actitud del himno. Nadie gritaba. También miraban la nada. Lo definió bien luego Scolari. Ocurrió un apagón, un corto circuito de tensión acumulada que finalmente explotaba.

Y uno se animó a hablar en la tribuna. "No puede estar pasando esto. Son Brasil".

La rebeldía en la tribuna, la resignación en la cancha

Dejó de ser un duelo y pasó a ser una rebelión. El hincha brasileño se quitaba la venda de los ojos. La camiseta no lo cegaba más. Empezaron a ver sus carencias. Su falta de agresividad en la marca. Su pobre eficiencia en la delantera. El talento que alguna vez tuvo como aliado a Ronaldo, Romario, Zico o Pelé, ahora prefería alejarse de Fred o Hulk.

Brasil intentaba evitar una goleada mucho peor. No se atrevía a buscarlo. Temeroso de recibir más goles. Escuchaban los 'oles' desde la tribuna, con acento portugués. Ahora en silencio, en la cancha y en la tribuna, estaban los alemanes. Cantos contra Dilma, contra Scolari, contra sus propios jugadores bajaban de las gradas.

La función terminó con el séptimo gol. Los hinchas brasileños aplaudían a una Alemania soberbia, perfecta, invencible. Y segundos después, ese puñado de aficionados alemanes agrupados en una de las esquinas del estadio empezaban a cantar "Brasil, Brasil, Brasil". Respetuosos admiradores del mejor equipo en la historia del fútbol. El Pentacampeón.

Son muchas las razones para explicar esta histórica goleada. En cuanto a lo futbolístico, Alemania fue inmensamente superior. En Brasil falló algo más. Desbordó su amor por su camiseta y tal vez pensaron que bastaba con eso. El grito del himno a la cámara pudo más que el talento para jugar. Vio a la pasión como única arma para ganar. Dejó de interesarle el fútbol.

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