Soy del 91 –un año más que los ‘jotitas’–, me perdí la época dorada de la selección y crecí en la década menos competitiva (salvo en las Eliminatorias a Francia 98). Empujado por eso, como una fuga y a modo de encontrar un estímulo, me clavaba una horita interdiaria de International Superstar Soccer, el primer videojuego que probé.
Era un primer piso, tres televisores y una banca grande, a dos cuadras de la casa de mi abuela. Con mi tío Beto, descubrimos un oasis. Cuando la ‘alquilada’ te costaba un sol la hora y 50 céntimos la media hora. Y si no te alcanzaba, y le caías bien a la ‘seño’, te dejaba 15 minutos a 30 centavos.
Yo iba con Brasil, y mi tío con Argentina. Clásico sudamericano. Era el mejor momento de Ronaldo, y todos queríamos ser como él en las ‘pichangas’. Lo malo es que casi siempre perdía. Y había un delantero que provocaba mi enojo, por suerte, solo en el juego: Gabriel Batistuta.
Conocía del ‘Bati’ lo justo. Era muy fan del ‘Fenómeno’, así que hinchar por un rival lo veía como ‘traición’. Pero resultaba más conveniente alucinar que era un futbolista, si teníamos el mismo nombre. Así que ahí comenzó mi simpatía por el argentino. Ayudado por el mejor regalo de la Navidad del 2000: mi Play Station 1.
La ‘viciada’ era real. Dejé de escoger Brasil, y en el Winning Eleven 3 – qué pedazo de juego fue– siempre elegía Argentina. No había más para mí. Pase a Batistuta, tiro con cuadrado y a celebrar. A la par, consumía El Gráfico y con mis propinas iba llenando mi álbum del Mundial 2002. Sin Perú, estaba claro con qué selección iba a ojos cerrados, ¿no?
El partido
El duelo inaugural de ese Mundial cayó viernes, a las 6 y 30 de la mañana. Estaba en sexto de primaria y, camino el colegio, me detuve en una panadería a ver el gol de Pape Bouba Diop. Sorpresón. Senegal le ganó al campeón Francia de Zinedine Zidane.
Dos días después, le tocaba a Argentina. Domingo, 12:30 de la mañana por la diferencia horaria con Japón. Para llegar fresco, dormí el sábado por la tarde. De Francia 98 tengo flashes, así que era el primer Mundial que me iba a devorar. Y mi expectativa pasaba por ver en la vida real a mi jugador favorito de Play Station.
El rival era Nigeria, con Kanu y Okocha, un ‘10’ fantástico. Pero yo iba con el ‘Bati’. En su primer intento, mandó un cabezazo fuera. Segunda opción, y llegó tarde a un centro. Estaba sentado frente a mi ‘tele’ de 14 pulgadas y abrazado a la almohada, cuando a la tercera fue la vencida. Frentazo y a cobrar.
No quise gritar para no despertar a mis hermanos, pero fallé (lo siento, Isabel y Adrián). Fue la historia perfecta. Como si vieras ganar el Óscar a tu actor favorito. Obvio, luego no pude dormir y me quedé viendo los Thundercats para bajar la euforia. Pero fue el día que me sentí más contento por llamarme Gabriel, como él.
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