Parece mentira que haya pasado un año ya. 365 días desde que la noticia irrumpió primero como un rumor, al que muchos no le dimos crédito, que lamentablemente se confirmó con el correr de los minutos. Recuerdo la sensación de incredulidad. Porque no podía ser posible. Daniel Peredo no podía irse. No todavía. No tan rápido.
La Selección Peruana no podía perder su voz, ésa que nos había narrado cada triunfo y cada derrota. Menos cuando nos preparábamos para reaparecer en una Copa del Mundo luego de 36 años de sequía mundialista. Pero la vida puede ser así de injusta y la muerte nos arrebató a una persona extraordinaria que se ganó un lugar en el corazón de millones de aficionados.
Daniel Peredo era un apasionado de su trabajo. Disfrutaba cada momento. Buscaba siempre el lado positivo de las cosas. Tenía claros los sacrificios del oficio y no se hacía problemas. Jamás lo escuché quejarse de no poder dedicarle íntegros los fines de semana a sus hijas, que eran su adoración. Tampoco si una cobertura se extendía o si había que madrugar después de una transmisión hasta tarde.
Era feliz con lo que hacía. Se notaba y lo transmitía. Y aunque era un tipo creativo, era también el más trabajador. Muchas frases –no todas, por supuesto– que atribuimos a la inspiración del momento fueron fruto de una larga reflexión. De preguntarse una y otra vez sobre los temas que lo apasionaban. De poner en funcionamiento esa memoria prodigiosa y articular el cúmulo de información que llevaba en la cabeza. Esa que era su marca registrada.
Hoy te recordamos, Daniel, y se te extraña tanto como el primer día.