El fútbol nos engañó vilmente. Nos mintió una vez más. Nosotros le creímos, pensamos que el que había demostrado ser mejor equipo debía llevarse la gloria eterna, pero no fue así. River Plate en el trámite mereció ser el campeón, pero el juego nos recordó que no se trata de merecimientos. Entre ser el virtual campeón de la Copa Libertadores a ser el que recoja la medalla de plata hubo solo cinco minutos de diferencia. Esto es fútbol y sospecho que por esto nos gusta tanto.
La historia comenzó con un River Plate que sin la pelota controlaba el partido. Todo a partir de su orden defensivo, su capacidad para recuperar el balón e ir inmediatamente para adelante y sobre todo su sacrificio en morder arriba. Los argentinos asfixiaron a los brasileños. Flamengo se mostró desconcertado y cada posesión era un infierno ante la presión millonaria. River Plate hizo ver al Mengao como un equipo sumiso. Primerizo. Los de Núñez jugaban cada pelota como si fuera la última y del otro lado no había respuesta. El primer tiempo acabó con la mínima diferencia a favor de los argentinos, pero con la sensación de que eran mucho más.
En la segunda parte, el desarrollo inicial fue parecido. Pinola y Martínez Quarta no pasaban apuros y Pérez y Palacios se comían la cancha. La estrategia de Gallardo fue la misma: Ser solidos atrás y en ofensiva buscar la rapidez de Borré y Suarez ante una defensa adelantada. En Flamengo siguieron incomodos y no encontraban la forma de progresar al campo contrario. Todo mejoró en el minuto 66. Hubo un antes y un después luego del ingreso de Diego. A partir de allí, Fla manejó mejor la pelota y River Plate comenzó a sentir el desgaste. Es así que los de Jorge Jesús ganaron terreno y con eso aproximaciones al arco de Armani. Al sentir la mejoría rival, Gallardo metió cambios que no favorecieron a su equipo. Ni Álvarez ni Pratto ingresaron bien. Flamengo continuó trasladando la pelota y ganando en confianza. Cuando parecía que sus opciones se terminaban, el “oso” perdió un balón en campo contrario y la jugada derivó en Bruno Henrique. El delantero metió una genialidad y habilitó a De Arrascaeta para que este asista a Barbosa. Llegó el empate. Y al final un error de Pinola (que había jugado 10 puntos) fue aprovechado por el nueve. Gol y título.
Precisamente Gabriel Barbosa fue otro que nos timó. El delantero parecía un jugador del montón. Inofensivo. Pinola le ganaba por arriba y por abajo sin esforzarse. Los 22 goles del Brasileirao y los siete de la Copa parecían obras de otro futbolista. Sin embargo, le bastaron dos jugadas para demostrar su valía. Pasó de ser el peor jugador del partido al héroe que de devolvía la gloria a su equipo luego de 38 años. Y no sé de qué nos sorprendemos. Discúlpanos Gabigol, te matamos casi todo el encuentro y nos recordaste que al ‘9’ hay que esperarlo. Además, nos hiciste reforzar el concepto más importante del juego: en el fútbol cualquier cosa puede pasar.
Finalmente quiero recalcar que nuestro país estuvo a la altura del partido que vimos. La final única fue un éxito. Por su fútbol y por todo lo que lo rodeó. Lo de Fito y compañía fue memorable, el juego inolvidable y la organización fue excepcional. De Perú, algunos se irán felices y otros tristes, pero todos agradecidos.
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