En una época en donde no existía Facebook, WhatsApp, Instagram, TikTok y ni Steve Jobs pensaba siquiera en el Iphone, el día a día de un escolar se resumía en tres cosas: tardes de Counter y PES, noches de pichanga en una losa deportiva y largas jornadas de fútbol en la TV. Era 2004. El celular no era una extensión del cuerpo humano y el rocón (ese) apenas servía para llamarse entre amigos para juntarse a salir a un parque o tomar un micro – en mi caso –para retar a chicos de otras zonas de Lima. El fútbol lo era casi todo y lo recuerdo muy bien porque esa noche del 23 de marzo fui ‘falla’ con mis patas, a quienes por (circunstancias de la vida) no veo hace años.
Jugaba el Cristal de Wilmar Valencia (en ese entonces) en la Copa Libertadores. Para quienes me conocen, saben que la Copa es una obsesión para mí. Yo de niño crecí viendo al equipo del Rímac compitiendo a la par en partidos con River, Vélez, Racing y Cruzeiro, entre otros, por lo que - en mi cabeza- no entendía por qué un equipo peruano había dejado de pelear en el torneo continental. Pero no ese Cristal de ese año. Lo recuerdo muy bien, como si fuera ayer.
Para el verano, el equipo de La Florida se había reforzado con Juan Cominges, Norberto Araujo y Carlos Orejuela, que se sumaban a Gustavo Roverano, Miguel Villalta, Alberto Rodríguez, Jorge Soto y Sergio Junior, entre otros. Para el fútbol peruano, un equipazo. Para la Libertadores, una plantilla auspiciosa que había goleado (4-1) a Curitiba, igualado (1-1) con Rosario Central y derrotado (3-2) a Olimpia en las tres primeras fechas. Puntaje casi perfecto.
Con siete puntos en el bolsillo, Cristal perdió el paso ante Olimpia en Asunción (era de esperarse) para luego caer goleado (5-0) por Alianza Lima en el Torneo Apertura. Valencia guardó a casi todo el equipo titular para ese encuentro ante el ‘Canalla’, prefiriendo que los íntimos se enfoquen en el liderato del campeonato nacional. Para el hincha celeste, era lógico descansar las piernas pensando en ese duelo; para el resto, una humillación que generaba burlas a la llegada del lunes en el salón de clases. Que Cristal es un equipo chico, que Alianza es el más grande y un sinnúmero de argumentos que impedían ver la estrategia de ese martes 23 de marzo a la hora del recreo.
El partido de la Libertadores
Llegada la noche, a la que me senté solo en la sala de mi casa (cual ritual) con una Coca Cola en la mano, Cristal salía con Roverano en el arco; Prado, Villalta, Rodríguez y Moisela en la defensa; Araujo, Zegarra, Cominges, Quinteros y Soto en la volante; y Orejuela, de punta.
La impaciencia hacía que me coma las uñas, me paré y caminé de la lado a lado mientras miraba el televisor, hasta que llegó el golazo de Soto a los 11 minutos. Lo recuerdo de memoria. Saque de banda de Prado, centro de Araujo y chalaca del ‘Camello’, que hizo que grite (al nivel de Farfán contra Chile en Eliminatorias a Brasil 2014 o Guerrero a Uruguay para Rusia 2018) un tanto que tiempo después pasaría a convertirse en el mejor del torneo. Pero somos peruanos, y las historias – por lo general – no arrancan con una sonrisa del minuto 1 al 90.
Tiempo después, roja para Zegarra, gol de penal de Central (40’) y la historia de los últimos años: un equipo peruano que tenía todo para celebrar, termina viviendo la angustia de la Copa. Sin embargo, y recuerdo pocos juegos así, como si Dios hubiese bajado para dar un chasquido, Central se quedaba también con uno menos al minuto después, y llegaba al gol (43’) de la ventaja para los celestes tras un tiro libre de Cominges, que chocaba en la cabeza de Rivarola. 2-1.
El partido de Cominges fue extraordinario, la velocidad y trajín de Orejuela eran encomiables y la serenidad de Soto era digna de un capitán. Pero Prado también hacía lo suyo, Villalta y Rodríguez ni qué decir en la zaga central, y Moisela, siempre más ofensivo que defensivo, aparecía a los 66’ casi sobre la línea del arco rival para poner el 3-1 tras un centro de Orejuela y poner la calma en el partido, en los hinchas y en mí, que lo vivía a mil, como si fuese el día final.
Al final, Cristal lo ganó 4-1 tras un penal de Soto a los 86’. El equipo sumaba 10 puntos en su Grupo, se ganó un pase a los octavos, pero la dicha y mala suerte (solo en esa edición un primero de Grupo se enfrentaba con otro primero de Grupo) hizo que los celestes se midieran contra el Boca de Bianchi, último campeón del pasado certamen y posteriormente finalista del torneo.
Cristal no pasó, con una mejor suerte hubiese llegado – quizás – a cuartos de final o más, pero la historia es esa. Y, ¿por qué también lo recuerdo sobre historias de Selección? Porque esa noche se pudo ver esos partidos contados en donde un peruano le mete un ‘baile’ a su rival de afuera. Cristal lo hizo y ya van 16 años que no vuelve a octavos de Libertadores. Ya toca ya.