Otra vez frente a Australia: del llanto a la oportunidad de un nuevo comienzo mundialista para Perú

Como hace cuatro años, Perú y Australia se volverán a ver las caras pero esta vez por un boleto para el Mundial. Christian Cueva, protagonista de aquel día en Sochi, tiene una historia por escribir.
En el último Perú vs. Australia, Christian Cueva terminó entre lágrimas tras la eliminación de la 'Blanquirroja' de Rusia 2018. (Foto: AFP)

Podría parecer imposible sentir el llanto de una persona en la inmensidad de un ambiente como el del Estadio Olímpico de Sochi. Más aún si de las 44 073 personas que lo llenan, alrededor de 28 000 peruanos gritan al unísono “no se va, Gareca no se va, no se va...”. Sin embargo, rememorando aquel 26 de junio del 2018 en la paradisíaca ciudad rusa, no era necesario escuchar aquel llanto para sentirlo como propio: , hundido entre sus piernas, no para de llorar tras el pitazo final del árbitro Sergei Karasev que decretaba la victoria de sobre por 2-0.

Era el último partido de la Selección Peruana en el Mundial de Rusia 2018 y, al igual que Christian, todos sabíamos que merecíamos algo más. Que irnos en fase de grupos con el reconocimiento de que “jugamos bien pero nos faltó el gol”, sabía a poco. No obstante, las lágrimas del ‘8′ de la ‘Blanquirroja’ tenían una connotación muy especial –quizás injusta–: no había que ser adivinos para entender que detrás de ese rostro acongojado, la imagen del penal fallado ante Dinamarca se repetía una y otra vez.

Por más que Paolo Guerrero y José Carvallo intentaron consolarlo, el nacido en Huamachuco solo tenía espacio para el “pudo haber sido diferente”. Luego aparecieron Miguel Trauco, Raúl Ruidíaz y Aldo Corzo para brindarles su apoyo, pero no, para entonces la mirada de Cueva ya se había perdido en la multitud que aun en la eliminación, seguía alentando y cantando con orgullo el ‘Contigo Perú’.

Aquel día en Sochi, Perú no jugaba por la clasificación pero sí para cambiar la historia: no ganaba un partido mundialista desde la victoria por 4-1 sobre Irán en Argentina 1978, con goles de Teófilo Cubillas (3) y José Velázquez; y no anotaba un gol desde aquel tanto de Guillermo La Rosa que decoró la humillante goleada de Polonia (5-1) en España 1982.

Por eso, si bien el protagonista de esta breve historia es Christian Cueva, los goles de André Carrillo (18′) y Paolo Guerrero (50′) sirvieron para el desahogo de un país. Todo sucedió como si hubiera sido escrito por un novelista, pues el mejor jugador de Perú en el Mundial y el máximo goleador histórico no podían despedirse de Rusia sin un gol en la maleta.

Christian Cueva no pudo contener el llanto tras el último partido de Perú en Rusia 2018. (Foto: EFE)

Las imágenes del desenlace del partido contrastan entre sí, porque, siendo conscientes de la realidad del fútbol peruano, tan inestable y muy propenso a cortar procesos después de ciertos “fracasos” –como le dicen algunos–, no sabíamos cuándo tendríamos nuevamente la oportunidad de formar parte de la máxima fiesta del deporte rey.

Quizás por eso hoy, cuatro años después, siento que es importante darle un contexto al llanto de Cueva. No tanto por lo que seguramente pasaba por su cabeza, sino porque el fútbol, siendo una versión minimalista de la vida misma, se encarga de poner las cosas en su sitio y de darle pequeñas revanchas a quienes se lo merecen.

Este lunes 13 de junio, en el Estadio Ahmad bin Ali de la ciudad de Rayán, Christian tendrá la oportunidad de gestar el regreso de la Selección Peruana a esa fiesta de la que se despidió entre lágrimas. Y, casualidades de la vida, ante el mismo rival de aquella agridulce tarde en Sochi: Australia.

Las realidades son diferentes, los nombres han cambiado y las edades de muchos jugadores demarcan hoy un nivel de madurez que será determinante para lo que suceda en unos días. Cueva, por ejemplo, ya no tiene 26 años ni está en São Paulo, pero al igual que en las Eliminatorias para Rusia 2018, ha sido clave para que, en un proceso lleno de cambios, Perú vuelva a estar otra vez en un repechaje mundialista.

Entonces, pues, cuando en la tarde del lunes volvamos a hablar de llantos y de lágrimas, que sea porque la historia cambió para bien. Que sea porque dejamos atrás ese viejo recuerdo en Sochi para reemplazarlo por una nueva alegría en Rayán.


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