Juan Diego tenía 15 años cuando la leucemia le ganó la batalla. Era hincha de Alianza hasta los huesos, pero tenía permitido quitarse la blanquiazul para ponerse la blanquirroja. Nunca vio a Perú en un Mundial, ni disfrutó siquiera la sensación de estar cerca. Pero era fiel a sus colores. Confiaba. Sabía que, tarde o temprano, esa mala racha debía acabar. Y, entonces, la espera habría valido la pena.
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Cuando él se fue, André Carrillo estaba a dos días de cumplir 16, y a un año y medio de debutar en el club de La Victoria. Edison Flores tenía 14 y recién se mudaba de la Academia Tito Chumpitaz a las divisiones menores de Universitario. Jefferson Farfán llevaba 48 horas en el Schalke y Paolo Guerrero seguía en Alemania. Perú, con cuatro partidos en esas Eliminatorias, aún no sabía lo que era ganar. Y la historia pintaba como siempre: una vez más quedaríamos fuera.
Así fue. Tuvimos tantas decepciones como bronca, y juramos nunca más volver a creer. Pero creímos. Luego de coleccionar figuritas de países que ni recordábamos, y alentar a selecciones que no eran la nuestra, creímos. Algunos cumplieron su promesa y se quedaron en el camino, pero otros nos arriesgamos, aferrándonos a esa mínima esperanza, por más pequeña que fuese.
Hace poco más de un año, nuestra ilusión comenzó a cobrar sentido. Íbamos penúltimos en la tabla y, aunque faltaba más de la mitad del proceso, ya algunos pensaban en Qatar. Nos dieron por muertos. Se burlaron de nosotros. De los que todavía esperábamos. Nos llamaron ilusos, ingenuos, confiados. Lo éramos, pero teníamos motivos, más allá del solo impulso de estar más en las malas que en las buenas. Veíamos lo que otros aún no notaban. Que a este grupo, por ejemplo, nadie tenía que pedirle compromiso. Que sudaba la camiseta porque le nacía. Que entrenaba un domingo por la mañana sin temor al bloque de espectáculos del lunes. Que iba del aeropuerto a la Videna. Que quería superarse.
Ese plantel, entre ‘camotitos’, bailes y ganas, se volvió un equipo. Logró lo que muchos daban por imposible. Nos mantuvo a quienes ya estábamos, recuperó a los que se habían rendido y sumó nuevos ilusos, todos dispuestos a hacer largas colas por una camiseta, a gastar sus ahorros en una entrada, a olvidar los problemas que nos complicaban y a cantar a todo pulmón Contigo, Perú. Y se ganó la chance de que hoy, pase lo que pase, un país entero le aplauda de pie. Pero merece más que eso. Merece superar el ‘casi’. Merece ver reflejado su esfuerzo. Merece un resultado más. Callar nuevamente a los desconfiados. Darle vuelta a la historia. Acabar con la maldición.
Esta selección, nuestra selección, merece que dejemos de ver videos en blanco y negro y comencemos a ver los suyos a color. Merece volver a un Mundial. Lo merecen los jugadores, que nunca vivieron uno. Lo merecemos nosotros, que hacemos la cuenta regresiva en casa, clases o el trabajo. Y lo merecen, por qué no, todos los que, como Juan Diego, se fueron antes de tiempo. Donde estén, seguramente, después de tanta espera, también aplaudirán.