Cuántas historias hay sobre lo difícil que lo pueden pasar los hijos de las celebridades. Más aún cuando los chicos eligen dedicarse a la misma actividad que sus padres. La mochila es pesada y las comparaciones, odiosas. El mundo del fútbol no es ajeno a esto y sobran los ejemplos.
Con mayor o menor talento, para estos chicos es difícil escapar de la sombra familiar y deben aprender a convivir con ello. Cada éxito, y cada paso en falso, se contrasta con lo que hicieron o no hicieron sus padres. No es fácil. Algunos lo superan y forjan su propia estrella; otros no lo logran y a menudo acaban por tirar la toalla.
Edinho y Jordi, por ejemplo, hijos de Pelé y Johan Cruyff, estrellas del fútbol mundial, nunca pudieron desligarse de la marca paterna. El brasileño y el holandés lograron jugar por clubes importantes y no lo hicieron mal, pero no alcanzó. Es probable que de llevar un apellido distinto, habrían sido mejor valorados. O, por el contrario, acaso por sus propios medios nunca habrían llegado hasta donde lo hicieron.
No todos, sin embargo, están condenados a la intrascendencia. Muchos hijos de grandes futbolistas brillan con luz propia y allí tenemos los casos del argentino Giovanni Simeone o el danés Kasper Schmeichel, a quienes no les pesa ninguna mochila y hacen su camino al andar.
En esta edición, Nolberto Solano revela que el comando técnico de Ricardo Gareca sigue los progresos de Christopher Olivares, hijo del gran Percy Olivares, un joven que promete y ojalá supere a su progenitor –algo que, estoy seguro, debe ser el mayor deseo del recordado lateral izquierdo de la selección peruana.