Sobredimensionar lo bueno suele ser una evidencia inequívoca de que aquello que abunda no lo es tanto. De ahí que apariciones como las de Bryan Reyna disparen las expectativas a picos que colindan con el exceso. Lo curioso es que esa ecuación, aunque engañosa, resulta muy útil para un momento como el que a traviesa la selección peruana con Juan Reynoso a la cabeza.
Y es que no hay mejor antídoto para el desamor que una nueva ilusión. Y este Perú anda en eso.
La transición entre el Perú de Gareca y el nuevo juego de Reynoso es bastante compleja. El ex Cruz Azul tiene una base concreta dejada por el argentino (algo que el argentino no tenía cuando asumió en el 2015), aunque con un factor determinante: automatismos que en el último año perdieron vigor y eficiencia, sea por desgaste o rendimientos individuales. Para nadie es un secreto que en el tramo final la selección de Gareca fue de más a menos, aún cuando lograba sacar resultados.
Basta hacer memoria y recordar el fatídico repechaje.
Esas grietas en el desempeño pueden entenderse de muchas formas, una de ellas es que la gran mayoría de la base de Gareca ha alcanzado ya su pico máximo de rendimiento a nivel profesional. Y en ese transitar hay quienes aún pueden mantener cierta regularidad y están los otros, los que se reducen a chispazos o apariciones intermitentes que los convierten en jugadores convocables pero cada vez menos decisivos. Su influencia en el resultado tiende más a la decepción que al éxito.
Y son aquellos, los decisivos, quienes nos llevaron a un Mundial luego de 36 años. Son esos pilares, en estado de gracia, los que empujaron desde su rendimiento o su influencia a lograr resultados claves para llegar a Rusia 2018 o pelear rumbo a Qatar 2022.
Hoy algunos ya no están y quienes quedan no han vuelto a ser, todavía, los mismos ejes sobre el que es capaz de gravitar el juego de la selección. El equilibrio (Yotún) y la furia (Guerrero).
Lidiar con todo ello debe obligar a Juan Reynoso a ir escarbando pacientemente para encontrar esas nuevas alternativas que Ricardo Gareca no halló a lo largo de siete largos años. Una, por apuntar a la más obvia, es el recambio en la zona de ataque. Gianluca Lapadula, cerca a los 33 años, resultó la gran solución a la ausencia de Paolo Guerrero. No hubo más.
Es en ese contexto que apariciones como Bryan Reyna son tan saludables. Lo del extremo de 24 años afianza un aire de renovación que rejuvenece los ánimos. Los internos, del grupo, y los externos, del hincha. Al mismo tiempo le da oxígeno a Reynoso para seguir construyendo su idea de juego bajo una humareda de emociones positivas.
Quizá producto de este razonamiento es que Piero Quispe debió tener minutos ante El Salvador.
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