Historia. Lo que ha hecho Croacia en la cálida noche de miércoles en Luzhniki es historia pura, un nuevo hito del fútbol, una hazaña que inspirará a otros equipos del mundo a luchar por hacer posible lo que parece imposible.
Los croatas llegaron a la semifinal tras jugar dos prórrogas, definiciones por penales incluidas. Parecía que lo tenían todo en contra ante una Inglaterra que se mostraba bastante más sólida en juego y que venció sin sudar a Suecia en su partido anterior.
El partido arrancó con el gol de tiro libre de Kieran Trippier. Una vez más, como en octavos y cuartos, Croacia comenzó abajo en el marcador; y una vez más, se negó a tirar la toalla. Entonces vino el empate de Iván Périsic, con una pirueta al estilo Zlatan Ibrahimovic, ese sueco brillante de madre croata; entonces Mario Mandzukic le dio vuelta al marcador, con un gol en el tramo final del tercer alargue consecutivo para una selección que sin embargo terminó el partido presionando y buscando un nuevo gol, como asistida por una fuerza sobrenatural luego de 120 minutos de juego.
Pequeño gigante
Los balcánicos han hecho añicos la creencia que daba como cerrado el club de los equipos finalistas de un mundial, ese grupo que se tenía como exclusivo para selecciones tradicionales. Croacia lejos está de ser grande. Este joven y pequeño país bañado por las agua del mar Adriático tiene apenas 4 millones de habitantes, ningún título futbolístico en su historia y una cantera que debe rascar la olla para sacar jugadores. Solo Uruguay fue campeón mundial con una población menor (de local en 1930 y en Brasil 1950). Épicas como esa parecían cosa del pasado, especialmente en un mundial que ha exaltado lo físico y lo táctico. Porque técnica tiene cualquiera; pero valentía, muy pocos.
La vieja nueva escuela
Al voluminoso manual de jugadas aplicado por los ingleses, resaltado por el uso de maniobras propias de la NBA y de la NFL, se impuso un equipo alegre como Croacia, ordenado y decidido, de enorme precisión para el pase y para el disparo al arco, pese al cansancio y al despliegue sin freno. Un equipo clásico y de un espíritu casi amateur, que corre y se ensucia, que puede jugar bien, regular o mal, pero que jamás arrastra los pies ni se rinde.
Para equipos así, la única recompensa justa es la gloria.
(Versión original de la nota publicada en la edición impresa del 12 de julio de 2018).