"Yo vengo de una generación de la que su amor por la selección se alimentó de puros fracasos". (GEC)
"Yo vengo de una generación de la que su amor por la selección se alimentó de puros fracasos". (GEC)

La historia arranca en el 2007, cuando comencé una relación con Mia, la mujer que ahora es mi esposa. En ese entonces teníamos unos jóvenes veinte años y como cualquier pareja nueva, todo era felicidad. Recuerdo que yo ya estudiaba periodismo deportivo y que, como ahora, o quizá más, no me perdía ningún partido de fútbol. No sé si les ha pasado a ustedes, pero ella al ver mi realidad, me aseguró que también le fascinaba ver fútbol. Ese deslumbramiento por este deporte maravilloso le duró unos largos y entretenidos dos meses. Parece que mi amor incondicional por el juego le resultó inexplicable y pasó de ser un deporte entretenido a enfermizo. El fútbol se convirtió en su enemigo y una endemoniada pérdida de tiempo. Nunca más quiso ver partidos conmigo y luchó desconsoladamente para que le baje la dosis. Un paréntesis, debo decir que a la larga ellas siempre ganan un poquito.

Vuelvo a la historia, no quiso ni acompañarme a las pichangas con amigos, mucho menos ver partidos por televisión, ni si quiera cuando el país se paralizaba para ver a la Selección. Así pasaron los años, yo haciendo esfuerzos para que se amisten y ella alejándose cada vez más de la pelota. Todo siguió así hasta el 5 de septiembre del 2017. Fecha del partido entre Ecuador y Perú en Quito. En aquel momento no ejercía periodismo y por lo tanto no me tocó trabajar. El partido se jugó un martes por la tarde y lo vi solo en mi cuarto del departamento que ya compartía con Mia. Ella en la sala, haciendo Dios sabe qué y mis piqueos y yo viendo el partido en el dormitorio.

Perú llegaba al encuentro sexto con 21 puntos, dos por debajo de Chile y Argentina. Todos sabíamos que si ganábamos nos metíamos a la pelea por la clasificación. El tema es que nunca antes lo habíamos podido hacer. Por eso y por todas las circunstancias, el partido fue muy tenso desde el inicio.

Yo vengo de una generación de la que su amor por la Selección se alimentó de puros fracasos. Y estar ahí al frente de la posibilidad de ver triunfar al equipo que siempre alenté, era la sensación más inquietante del mundo. No exagero cuando afirmo que vi todo el partido arrodillado. Tenía tanto miedo a perder esa oportunidad, que el gol de Flores lo festejé con disimulo. Preocupado por los dieciocho minutos que restaban. Cuando llegó el tanto de Hurtado, tres minutos después, no aguanté y lo celebré como nunca antes. Desahogue todo. Comencé a llorar, gritar, y a correr. Fue tanto el alboroto, que Mia irrumpió a toda velocidad, abrió la puerta del cuarto y se encontró con un loco casi sin voz y con todos sus piqueos en el piso. Recuerdo que al verla volví a tomar mi posición inicial, y las lágrimas e intentos de gritos desaforados siguieron saliendo. La reacción de Mía fue notable. Se arrodilló conmigo y me acompaño a ver el partido. Debo decir que luego del penal y la roja a Ramos estuve a punto de decirle que regresara a la sala. Pero felizmente no lo hice, porque ese abrazo que nos dimos al final del partido, LOS DOS LLORANDO, no lo cambio por nada. A partir de ese día Mia cuando puede me acompaña a ver partidos. Ella, ese 5 de septiembre, se reconcilio con el fútbol y yo fui un poco más feliz viendo el mejor partido de mi vida con ella.

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