Estadio Nacional Mané Garrincha, 5 de julio del 2014. Lionel Messi comienza a gestar una jugada desde el mediocampo y combina con Ángel Di María. El ‘Fideo’ mira de reojo hacia su derecha y ve que le pasa Pablo Zavaleta, por lo que decide jugar con él con un pase al espacio. Sin embargo, la pelota, caprichosa como siempre, tomó un camino diferente al desviarse en Jan Vertonghen y terminó en los pies de un predestinado: Gonzalo Higuaín (10 de diciembre de 1987; Brest, Francia). El ‘Pipita’, sin dejar que Thibaut Courtois tuviera tiempo para reaccionar, sacó un latigazo de volea para poner el 1-0 de Argentina sobre Bélgica en los cuartos de final del Mundial Brasil 2014.
Aquel gol, sacado de un contexto impensado en un partido que recién comenzaba –fue a los ocho minutos–, terminó rompiendo una barrera que parecía inquebrantable para la ‘Albiceleste’: colocarse entre los cuatro mejores de una Copa del Mundo después de 24 largos años. Higuaín, artífice de dicho logro, levantó la mano en aquella soleada tarde en Brasilia para decirnos a todos –y especial a los argentinos– que si había alguien que debía estar en ese momento ante el arco de Bélgica, era él.
Más de cuatro años después de aquel día, a propósito de la decisión de Higuaín de retirarse del fútbol, nace una pregunta en mi cabeza: ¿Por qué nos cuesta tanto recordar aquel gol? ¿Por qué, además de los argentinos, el amante futbolero promedio obvia esa hermosa volea? La respuesta no es tan compleja y retrata perfectamente cómo muchos ven el fútbol desde una lupa que define al futbolista en dos conceptos: el exitoso y el fracasado.
Higuaín, equivocadamente, ingresa en la segunda categoría de esa dicotomía que tanto daño le ha hecho a este deporte. Para el hincha promedio, descalificar y desacreditar la carrera de un jugador es más fácil si tienen argumentos tan vacíos como “él falló en una final de una Copa del Mundo” o “por su culpa Argentina perdió la oportunidad de ganar dos Copas América”. Así, pues, ellos recorren el camino más fácil y prefieren recordar el fallo ante Neuer en la final en el Maracaná, que el golazo a Courtois.
La carrera del ‘Pipa’ es la carrera que cualquier delantero sueña con tener: formarse en uno de los mejores semilleros del continente; llegar a Europa a los 19 años para jugar y ser titular en el Real Madrid; pasearse por el fútbol italiano y romper récords; pero, sobre todas las cosas, ser el ‘9′ titular de una generación dorada en la Selección Argentina –llegando a ser el quinto máximo goleador en su historia– que supo llegar a la final de un Mundial y de dos Copas América. ¿Quién en su sano juicio le quitaría méritos a alguien que logró todo eso?
En un deporte en donde fallar es una posibilidad, la irracionalidad y la frustración convierte el error en un pecado. Así, errar un gol deja ser una anécdota y termina por sentenciar la vida de alguien. Higuaín, al igual que muchos grandes jugadores que pertenecieron a esa gran generación de la ‘Albiceleste’, fueron víctimas de un pecado que no cometieron. O quizás sí: el pecado de ser tan buenos que llevaron a Argentina a una final de un Mundial después de 24 años.
Por eso, en el año de su retiro, me permito recordar ese gol a Bélgica fotograma por fotograma. Porque, aunque no soy argentino, me tomo la libertad de hacer justicia por los buenos. Y vaya que Gonzalo Gerardo Higuaín lo fue. No cualquiera juega una final y solo los grandes futbolistas justifican su presencia en la final del torneo más hermoso de este deporte.
“Hice una carrera impensada, logré más de lo que podía llegar a imaginar (...) Después de diecisiete años y medio de carrera como profesional, más la maravillosa que pude hacer, siento que el fútbol me dio muchísimo y me voy habiendo dado todo de mí y más”, fueron las palabras con las que anunció su retiro, en una extensa carta que emocionó a todos en la sala de prensa del Inter de Miami, club que disfrutará de sus goles hasta que finalice la presente temporada de la MLS.
Bien dicen que el adiós, el tiempo y la nostalgia tienen la virtud de darle una real dimensión a aquellos hechos que no supimos valorar. Los argentinos, por consiguiente, posiblemente se den cuenta que tuvieron en sus filas a un goleador de élite y que, contra todos, supo estar donde hacía mucho tiempo nadie se atrevía a estar. Porque las grandes citas no existirían sin las grandes gestas, por lo que Argentina nunca hubiera soñado con estar en el Maracaná sin aquel gol a Bélgica.
Gracias por tanto, Higuaín. Por tus goles y tu determinación para seguir adelante a pesar de todo. Contigo, la dicotomía entre el exitoso y el fracasado no existe. Tú solo fuiste una cosa: un grande.
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