La Copa del Mundo ya tiene a sus finalistas. Francia y Argentina disputarán el título el domingo en Doha después del triunfo galo ante Marruecos (2-0). Theo Hernández y Randal Kolo Muani ratificaron la eficacia y el fondo de armario de los de Didier Deschamps para resolver un partido complicado en el que los de Walid Regragui tuvieron más el balón, pero no lograron lastimar el arco de un Hugo Lloris que, nuevamente, estuvo impecable.
‘Les Bleus’ tomaron ventaja temprana gracias a un golazo de Theo Hernández, quien no perdonó un rebote en el área para definir con una media volea de zurda ante la salida desesperada de Bono. El recurso técnico del lateral culminó la que fue la primera llegada gala y abrió las puertas a un auténtico partidazo en el Estadio Al Bayt. Pese al golpazo que supuso comenzar perdiendo, los de Walid Regragui se vieron obligados a asumir el protagonismo y, con valentía, buscaron el empate.
Mientras tanto Francia, fiel a su costumbre, dejó jugar a los marroquíes. Los de Didier Deschamps no tienen problema en replegarse, aguantar y apostar al contragolpe, tal y como hicieron el sábado ante Inglaterra. Eddine Ounahi exigió a Lloris en el 9′ con un excelente remate y Hakim Ziyech avisó en el 16′ con un desborde que no logró rematar a puerta. Todo parecía salirle mal a Marruecos cuando Romain Saïss pidió el cambio por lesión en el 21′, dejando su lugar al mediocentro Selim Amallah.
Sin embargo, los de Walid Regragui mantuvieron el control del partido, a pesar de su habitual desorden táctico. Pasada la media hora de juego, Marruecos comenzó a padecer por la derecha y tanto Kylian Mbappé como Olivier Giroud desperdiciaron ocasiones clarísimas para aumentar la ventaja. Raphael Varane también rozó el 2-0 tras un córner, pero Francia seguía sin afinar la puntería. Antes del descanso, Jawad El Wamik estuvo a punto de conseguir el mejor gol del Mundial con una chilena que Lloris apenas logró desviar hacia el poste. Aunque los galos sufrieron en los últimos cinco minutos de la primera parte, el 1-0 se mantuvo hasta el entretiempo.
Regragui puso a Yahia Attiyat Allah en lugar de Noussair Mazraoui tras el descanso y Francia comenzó a acusar el desgaste. Más allá de alguna corrida de Mbappé, ni Antoine Griezmann ni Ousmane Dembélé lograban conectarse con el mediocampo y Deschamps movió el banquillo recién en el 65′, enviando a Marcus Thuram en lugar de Giroud. El ritmo bajó en el complemento, con un Youssef En-Nesyri aislado ante la línea de cinco que replegaba Francia por momentos, con Aurélien Tchouaméni más retrasado de lo habitual.
En-Nesyri se marchó en el 66′ junto a Sofiane Boufal y ‘les bleus’ recuperaron la posesión, comprimiendo líneas para buscar más conexión entre el mediocampo y la delantera. Thuram entro muy enchufado, moviéndose por toda la frontal del área para darle más espacios a Mbappé y Dembélé. Después de cinco minutos de respiro galo, intentó volver a la carga con el ingreso del culé cedido al Osasuna, Ez Abde, por Selim Amallah.
Al mismo tiempo, Deschamps puso a Randal Kolo Muani por Dembélé en el 79′. En la primera que tocó, le delantero aprovechó un remate por bajo de Mbappé desviado en un contrario para empujar a la red el balón suelto en el área chica, ante un Bono impotente. Marruecos no bajó los brazos y buscó descontar, pero no habían energías ni ideas. Francia defenderá su corona el domingo en Doha ante Argentina. La mesa está servida para una final espectacular.
Los Leones del Atlas son ya la selección del pueblo que desafía a la aristocracia del fútbol, a la que ya han puesto en jaque. Nunca un equipo africano había llegado tan lejos. Nunca una nación árabe había subido tan arriba.
“Somos el ejemplo de los países en vías de desarrollo”, asegura su seleccionador, Walid Regragui, elevado a la categoría de revolucionario, empeñado en demostrar que las jerarquías ya no sirven. Pero, para ello, repite una y otra vez, no vale con conformarse: “Tenemos que colocar a África en la cima del fútbol”. Ninguna revolución triunfa si se queda a medias.
Eso pasa por lograr otra gesta. Otra más de un equipo que desprecia la posesión, se atrinchera en su campo y lanza el contragolpe, que confía en Youssef En-Nesyri, convertido en el máximo goleador marroquí en los Mundiales, punta de lanza de la ofensiva marroquí. Y en Yassin Bono, el símbolo del dique árabe.
Regragui ha conseguido formar una familia, con hombres de dentro pero también con la diáspora, jugadores nacidos, criados y formados en Europa que, a imagen y semejanza de Achraff Hakimi, lo dan todo por un país en el que nunca han vivido pero donde hunden sus raíces.
Todo por una misma causa, la de un país elevado a símbolo de un continente y de una raza, del pueblo árabe que brilla más arriba que nunca en el desierto catarí. La hazaña está lograda, pero ahora puede multiplicarse. Destronar a la campeona, en su plenitud, sería la cumbre, la gesta más improbable, la más admirada.
Francia no ha dado signos de agotamiento. Didier Deschamps ha sabido dar un brío nuevo a la generación que ganó en 2018 reforzada con aire fresco, una mezcla que funciona.
Francia no entusiasma por su juego pero sí por su eficiencia. Ni es la más sólida, ni la más ofensiva, pero ha conseguido un equilibrio que no tiene grietas. “La fuerza colectiva”, lo ha bautizado Deschamps.
Con ese espíritu afrontan la séptima semifinal de su historia, tres perdidas, tres ganadas, las tres últimas, en una suerte de dinámica positiva que le tiene a las puertas de optar a renovar su título y colocarse a la altura de la Italia de los 30, del Brasil de los 60, de las naciones que han entrado en la leyenda.
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