Gheorghe Hagi llegó a los cuartos de final con Rumanía en Estados Unidos 94. (Foto: Getty)
Gheorghe Hagi llegó a los cuartos de final con Rumanía en Estados Unidos 94. (Foto: Getty)

En una TV de 14 pulgadas recuerdo la primera vez que me sentí atraído por el fútbol. Sentado en un sillón al lado de mis tres primos, con cinco a siete años más yo, miraba por primera vez un partido completo de 90 minutos. Era el Mundial de Estados Unidos 94. Tenía el álbum, pero más miraba la imagen de Mickey que de Maradona o Romario. Era así, yo era un niño de siete años que más se centraba en ver dibujos animados en la mañana que en lo que hacían las piernas de los jugadores en el campo de juego. Todo seguía siendo así hasta que llegó el primer gol que mi mente recuerda: un disparo de fuera del área de Hagi ante la mirada atónita de Óscar Córdoba.

Golazo. De los que más recuerdo en las Copas del Mundo. Mis primos no lo entendían y pasaban un mal rato en el debut de la Colombia de Maturana, ese equipo que ‘estaba’ destinado a pelear por el título y que era sorprendida por la Rumanía de . Yo no. ¿Qué tanto con Colombia? ¿Cuál era el afán? Hagi, teniendo un rol secundario en el reparto, jugaba más que Valderrama, el ‘Tren’ Valencia, Rincón, Asprilla y muchos otros más. Cuando todos corrían por la pelota, Hagi le ponía una pausa. Cuando dos iban hacia él, el rumano aceleraba y los burlaba. Cuando se pensaba en un pase corto, él mandaba uno largo. Acorralado en una zona, Hagi tenía la inteligencia para generar una opción de gol. Era todo un crack: Colombia sucumbió ante él como Argentina tuvo que despedirse en octavos de final frente a otro partidazo del ‘Maradona de los Cárpatos’. Para mí, Hagi era uno de los mejores del mundo, pero a veces las historias son así: fuera de lo real.

Acabado el Mundial de 94, lamentablemente no supe mucho más de Hagi. La televisión no era la misma en aquel entonces y no había portales de Internet como en la actualidad, por lo que tenía que despedirme de un ‘amigo’ que recién había conocido. Todo hasta el 97. Tres años después, cuando la fiebre de la Champions League recién comenzaba a llegar a Sudamérica, volví a ver a Hagi con la camiseta del Galatasaray, ya en sus últimos años de carrera. Seguía siendo el mismo genio con y sin la pelota. Sus disparos de fuera del área continuaban siendo imposibles para los arqueros y para mí de no dejar de adorarlos. El fanatismo, a veces, se debe a uno o dos jugadores. Messi y Cristiano pueden ser dos extraterrestres, pero la razón del fútbol se la debo a Hagi.

Si nunca hubiese visto ese gol, quien sabe si me estuviese gustando el fútbol. Gracias por todo.

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