La suspensión perfecta de emociones se instituyó en Universitario de Deportes hace ocho largos años con las administraciones temporales: una tras otra deambulando entre el discurso profético de una tierra prometida, un paraíso (el pago de la deuda), y la tentación aparentemente inevitable del fracaso.
Lo que parecía una salida eficiente (que ojo, sí cuenta con casos de éxito como Melgar, por ejemplo), ha terminado por debilitar in extremis la salud financiera de un club que hoy, en un contexto límite como el planteado por el COVID-19, vive sus horas más difíciles, tal vez, de su historia.
Todas las cosas bonitas sobre las que se construye un club (muy ligado a lo sentimental) se redujeron a una riña lacrimógena de intereses ajenos en el último ochenio.
Y esto, quieran o no, termina generando un efecto colateral inmediato sobre lo deportivo. Ojalá y aún estén a tiempo de corregir el rumbo y virar hacia el bien común.
Ya lo hizo prontamente Alianza resolviendo las urgencias económicas con cuidado. Es cierto, en Ate el monedero es mucho más vulnerable, pero el único camino conveniente debe seguir siendo el diálogo.
En otra latitud, Cristal lo resolvió interinamente y sin levantar polvo. Actúo rápido. Boys está en ese trámite, aunque con un diagnóstico financiero bastante más crítico.
El fútbol es -finalmente- un negocio, es cierto. Pero uno muy particular, donde los clubes son instituciones que se hacen grandes no solo por títulos, sino también por el valor afectivo. Que eso, no se suspenda.
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