Luis Urruti, Federico Alonso y Jonathan dos Santos no viajaron a su país: trabajan en Lima con lo solicitado por el comando técnico. (GEC)
Luis Urruti, Federico Alonso y Jonathan dos Santos no viajaron a su país: trabajan en Lima con lo solicitado por el comando técnico. (GEC)

“Si juegan 4–4–2, me gusta acompañar al ‘9’. Si es 4–3–3, lo hago por fuera. Tanto por derecha o por izquierda”.

Ese , que aquel 12 de diciembre del año pasado ya sonaba como principal nombre para reforzar el ataque de , no pecaba de vanidoso. Solo quería una cosa: jugar. El tiempo se ha encargado de comprobar que, efectivamente, tenía razón.

Caso 1: 8 de febrero

Minuto 74. Luis Urruti –que previamente había generado la roja de Leonardo Villar y un penal a favor, que luego convertiría Alejandro Hohberg– levanta la mano, le marca el pase a Jesús Barco, quien le pone una pelota de ‘10’. ‘Tito’, como prefiere que lo llamen hasta en las entrevistas, estira los brazos ante la defensa del ‘Matador’, se hace del espacio y remata.

A centímetros de las redes, cuando Luis Urruti tenía el canto en mitad de la garganta, Jonathan dos Santos –con el alma entendible de esos delanteros sin escrúpulos en el área ajena– la aseguró y la mandó al fondo.

“No importa quién haga los goles. Lo importante es ganar”, dijo después ‘Tito’, a quien los medios no dudaron en ponerle el zoom de la cámara.

El 2-1 sobre Sport Huancayo en el Monumental dejó el siguiente mensaje: para el corazón del hincha, el tanto fue de él. Para las estadísticas, de Dos Santos. Y para la tabla de posiciones, que finalmente determina todo, de Universitario de Deportes.

Caso 2: 8 de marzo

Precisamente su nombre no tuvo un párrafo aparte aquella tarde y es entendible: había anotado Aldo Corzo, quizá el jugador que mejor encaja en el corazón merengue por actitud y trayectoria (debutó en Alianza siendo recontra crema, y recién hace unos años puede gritarlo). Los flashes eran suyos.

Solo Pablo Bengoechea pudo robárselos, metiéndose a la cancha para asegurarse de que ese fuera su último partido con el buzo de Alianza.

Y por último, nuevamente Jonathan dos Santos. El artillero crema en el Apertura (cuatro goles) se dejaba abrazar por todo Ate al marcar el 2–0 desde los 12 pasos y liquidar el clásico. Luis Urruti no tuvo un párrafo aparte y, ya ven, era entendible.

Pero lo merecía: ingresó a los 75 minutos y no tuvo problemas en adaptarse al ritmo de un clásico. Segundos antes de que Jonathan sea visto como un santo, ‘Tito’ metió un enganche en el área del ‘compadre’ y Rinaldo Cruzado cayó en la trampa: le metió falta. Penal. El 2 –0 no hubiese sido posible sin él.

Este es el Luis Urruti que solo pedía jugar. No había en él un ápice de egoísmo, de ansias de lucimiento. Es todo lo contrario: un jugador que ha ido más allá de la solidaridad en el campo y que no levanta sospechas sobre lo que vivió hace algunos años, cuando estuvo a punto de dejar el fútbol en dos oportunidades. Aunque no lo creas.

Su ‘chamba’ en un grifo

La distancia, por avión, de Lima a Montevideo es de cuatro horas. Y de la capital uruguaya a Conchillas –una localidad del departamento de Colonia– hay dos horas y media, en bus. Hoy, sin embargo, a raíz del brote del coronavirus, la distancia es imposible de calcular. Hace 11 años en su casa también veían imposible que Luis regrese. Al menos, pronto.

Luis Urruti jugaba en las divisiones menores de Fénix y su salto a Primera, comentaban, se iba a dar en un corto plazo. Sin embargo, sufrió una gran pérdida. “Falleció mi padre y no quise saber más nada con el fútbol. Retorné a Conchillas para acompañar a mi madre y hermanos, y le dije basta a la pelota”, le contó a Tenfield. Se puso a trabajar, durante el 2012, en una estación de servicio –un grifo, como le decimos acá– de la compañía Ancap.

¿Cómo regresó a las canchas? “Andrés Figarola, a quien le estaré eternamente agradecido, me convenció de volver a la capital para probar suerte en Cerro. Mi agradecimiento por Cerro y su gran hinchada es eterno”, añadió. Parecía que ya nada lo iba a detener.

En dicho club tuvo dos buenas temporadas y fue contratado por Peñarol: se le cumplió el sueño de niño, desde que jugaba en las calles de Conchillas.

Visitar a una bruja

A mediados del 2016, el actual atacante de Universitario de Deportes fue noticia en todo su país (lo que arrastra Peñarol y Nacional siempre tiene esa repercusión): fue presentado con la camiseta del ‘Mirasol’ en Los Aromos y confesó: “Estar acá es algo único”. Sin embargo, todo se derrumbó con la partida de Jorge Da Silva, técnico que había aprobado su contratación. Con la llegada de Leo Ramos las oportunidades se perdieron. ‘Tito’ se fue a entrenar con la Tercera División.

Entonces, al cabo de unos meses se fue a préstamo a Fénix y en su primer partido se quebró un dedo del pie. Un mes y medio después de su recuperación, en una práctica sufrió un desgarro. ¿Suficiente? Pues el destino le tenía una más: a cinco fechas de que termine el torneo ‘charrúa’, en un partido contra Cerro, anotó un tanto y, a 10 minutos del final, se fracturó la tibia.

“Todo el mundo me decía que fuera a una bruja. Son momentos muy difíciles. Gracias a Dios tengo una familia espectacular (su esposa Florencia y su hijo Benjamín). Si no fuera por ellos, porque tengo una mujer que vale oro, estaría perdido o hubiera dejado definitivamente el fútbol y me hubiera vuelto a Conchillas”, sostuvo en Ovación Uruguay.

Hoy, mientras se viene recuperando de un desgarro a la altura de las costillas y cumple la cuarentena en Lima, debe estar ansiando en ese regreso a casa, en Conchillas, para abrazar a los suyos. Esta vez es diferente: el fútbol puede esperar.

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