Cada temporada, los clubes acaparan titulares con los fichajes que realizan para afrontar el torneo. Con mayor o menor presupuesto, suelen apostar por jugadores extranjeros para apuntalar sus líneas. La idea es que estos refuerzos, que demandan un esfuerzo económico, marquen la diferencia y ayuden a los equipos a alcanzar sus objetivos.
A veces estas contrataciones son un suceso. Emanuel Herrera en Sporting Cristal, Mauricio Affonso en Alianza Lima y Germán Denis en Universitario de Deportes, por ejemplo, resultaron buenas inversiones para sus clubes. Los tres delanteros han aportado con goles al mejor desempeño de sus equipos y son casos de éxito elocuentes.
Pero no siempre es así. Muchas veces los refuerzos no cumplen con las expectativas y su contribución acaba siendo escasa o nula. Seguro que quienes gestionaron la llegada de jugadores como Yulián Mejía (Sporting Cristal), Emanuel Biancucci (FBC Melgar) o Tomás Costa (Alianza Lima), esperaban mucho más de estos fichajes que, simplemente, dieron poco fuego y no justificaron el gasto. Pero ya no hay nada que hacer.
Por eso resulta tan conveniente apostar por los jóvenes. Un club con divisiones menores sólidas se convierte en una fábrica de jugadores y abastece sus principales necesidades. Manejado con buen criterio, el club se puede convertir en un exportador de futbolistas, generando ingresos adicionales similares –o incluso superiores– a los derechos que recibe de la televisión, llevando las finanzas de la institución a otro nivel.
En el mundo –y en la región– sobran ejemplos de equipos que han alcanzado el éxito desarrollando este modelo que, es cierto, demanda esfuerzo, recursos y paciencia, porque los resultados no son inmediatos. Pero vale la pena.
Escribe: Guillermo Denegri
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