Los lamentables sucesos que frustraron la final de la Copa Libertadores nos deberían hacer reflexionar sobre cómo estamos enfrentando el fenómeno de las barras bravas en el Perú, donde en los últimos años hemos vivido sucesivos incidentes de violencia en los estadios y sus alrededores, sin que los responsables sean sancionados.
Los hinchas violentos ahuyentan de las graderías a los buenos aficionados y, en particular, a las familias, que en los últimos años se han alejado de las canchas. Sobre todo cuando se enfrentan clubes rivales y van a estar presentes ambas barras. Nadie en su sano juicio quiere poner en riesgo a sus hijos y exponerlos a una agresión.
Lamentablemente, el tema es espinoso y suele ser abordado de manera reactiva por los clubes y las dirigencias, que le corren al conflicto y dilatan las decisiones difíciles. Mientras tanto, las barras bravas campean, sembrando el terror a su paso y haciendo más complicado el combate a la delincuencia que corroe el deporte rey.
Necesitamos actuar ya. No podemos esperar una desgracia para mirarnos el ombligo otra vez, sin saber qué hacer. Sigamos el ejemplo de otros países que han logrado resolver el problema. La experiencia internacional enseña que esto tiene solución, pero requerimos de autoridades con voluntad política y decisión para hacer que las normas se cumplan.
Las familias deben volver a los estadios, pero antes necesitamos erradicar los excesos de nuestro fútbol. Que los delincuentes sepan que la impunidad terminó y que la prisión aguarda a quienes perviertan una camiseta –sea del color que sea– para hacer de las suyas.
Escribe: Guillermo Denegri
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