Alexander Succar está cerca de recalar en Universitario de Deportes. Tras un paso discreto por el fútbol europeo, el joven atacante –cuyo pase pertenece al Sporting Cristal– busca un club en el Perú donde seguir su carrera y, sobre todo, ganar continuidad. En el modesto Sion suizo jugó apenas seis partidos y alcanzó a marcar un gol, pero una lesión acabó con su sueño de brillar en la liga helvética. El reto hoy es reinventarse para volver a la Selección.
Iván Bulos es otro delantero joven que regresó al fútbol local luego de un modesto periplo internacional. Tras una buena temporada en Municipal, en el 2016 emigró al O’Higgins de Rancagua y de ahí dio el salto al Boavista portugués, donde el año pasado disputó seis partidos y dio una asistencia. Al igual que a Succar, una lesión lo sacó de circulación, perdió presencia en su equipo y volvió al Muni, donde poco a poco recupera su mejor forma.
Beto da Silva es otra promesa sin suerte en el exterior. Hace dos años fichó por el PSV holandés, pero meses después pasó al Gremio buscando continuidad. Cuando parecía que las cosas comenzaban a caminar, se lesionó y terminó en Argentinos Juniors, donde tampoco trascendió. Hace pocas semanas fue anunciado en Tigres, que lo ha prestado a Lobos BUAP, donde da Silva espera al fin volver a jugar, hacer goles y destacar para volver a la órbita de Ricardo Gareca.
Uno revisa estos casos y las preguntas caen de maduras. ¿Qué es mejor para un jugador? ¿Vale la pena emigrar para no jugar? ¿Es un retroceso volver al Perú? ¿No es mejor jugar y estar en forma para la Selección? ¿Acaso una mala salida no puede ser también un retroceso?