Pedro Gallese tiene dos papás. El primero apareció cuando tenía un mes de nacido, lo inscribió en la Reniec con su mismo nombre y apellido –Pedro Gallese– y luego se fue. El segundo, José Luis Vega, lo crió desde los nueve años y le dio a sus hermanos, Joseph y Cristopher.
Pedro David tiene también dos nombres, pero prefiere que lo llamen Piero. Era así como Tatiana, su mamá, quería bautizarlo. Y es así como Orlando Lavalle, su DT en la Academia Tito Drago, pensó que se llamaba ese niñito de 11 años que, aunque ya estaba decidido a ser ‘1’, se hizo conocido como “el goleador de las pichangas”.
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‘Pierito’, quien en Malambito –su barrio barranquino– usaba la puerta de la casa de su tía como arco hasta las 11pm, era portero por convicción, delantero por diversión y lateral izquierdo por necesidad. Si debía cambiar de puesto con tal de no perder, lo hacía.
Con su ambición, compromiso y, sobre todo, talento, logró que los astros se alineen a su favor: la escuela lo becó, sus compañeros hicieron ‘chanchita’ para regalarle unos guantes, el Real Club lo fichó y, tras jugar un campeonato de menores en la Videna, Juan José Oré lo llamó a la Sub 17 que llegó a cuartos de final del Mundial 2007.
Con los ‘Jotitas’ fue suplente, pero le bastó para dos cosas. La primera: pagarle la inicial de un departamento a su mamá. La segunda: llegar a San Martín y reencontrarse con el ‘profe’ Lavalle, quien recién entonces descubrió que el nombre de su ‘pupilo’ era Pedro, aunque el otro lo llevara ya tatuado en el brazo derecho.
Empezó como el cuarto arquero ‘santo’ a los 18, pero tuvo paciencia y, dos años después, debutó. Con sus sueldos, antes de comprarse un auto, terminó de pagar la casa de su ‘viejita’. A cambio, la vida lo premió dándole la ‘1’ de la selección, una carrera en el extranjero y un hijo que se llama como él también podría llamarse.
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