Christian Ramos anotó el gol 26 de Perú en las Eliminatorias rumbo a Rusia 2018. (Foto: FPF)
Christian Ramos anotó el gol 26 de Perú en las Eliminatorias rumbo a Rusia 2018. (Foto: FPF)

, el autor del segundo gol que regresó a la a una Copa del Mundo después de 36 años, nos ha vencido a todos.

Es el más feliz de los que celebran dentro de la cancha. Abraza al ‘Mudo’ Rodríguez, apapacha a Pedro Gallese, salta al cuello de Ricardo Gareca. Llora. Él, a quien le gritaron que no era bueno, que sobraba en las convocatorias de la selección, que leyó mil insultos en redes sociales cuando lo convocaron. El mismo al que retiraron del fútbol a los 24 años por cometer el penal a Luis Suárez una noche del 2013 que, a la postre, nos devolvió a la realidad camino a Brasil 2014. Aquí, hoy, corean con admiración el “oléééé, olé, olé, olé, Raaaamos, Raaaamos” desde la tribuna norte del Estadio Nacional. Es la redención del jugador más criticado en las calles.

Christian Ramos, el autor del gol que nos hizo llevar el “Contigo Perú” a una Copa del Mundo después de 36 años, nos ha vencido a todos. A ti, a mí, a todos.

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Es el partido más importante para el fútbol peruano en las tres últimas décadas. El 1-0 de Jefferson Farfán, con dedicatoria especial para Paolo Guerrero, tiene a Perú con medio boleto a Rusia 2018 en la mochila. Hasta que a los veinte minutos del segundo tiempo, en la esquina entre sur y occidente del Estadio Nacional, Christian Cueva se alista para sacar un córner. Levanta la mano izquierda. Será una jugada preparada, de las que ensayan con ‘Ñol’ Solano al final de cada entrenamiento. Dentro del área todos toman sus ubicaciones. Renato Tapia corre al primer palo jalando la marca de un defensa neozelandés. Farfán se queda en el punto de penal para ganar el primer cabezazo. El ‘Mudo’ Rodríguez y Christian Ramos, señores de la defensa, ahora mismo son las dos armas de ataque. Todo sale a la perfección. Tapia distrae, Farfán pivotea y el balón queda suelto a los pies de Ramos. El zaguero central respeta sus principios. Un puntazo arriba de las manos del portero Stefan Marinovic y el estadio se vuelve a caer con otro grito de gol.

Ramos sale disparado hacia la tribuna de occidente.

Antes del partido le había dicho a sus hijos: “Si hago un gol será para ustedes”. Saca una máscara invisible del Hombre Araña y se la pone en la cabeza para disparar telarañas invisibles. Ramos recibe abrazos y besos mientras se forma una torre humana de camisetas peruanas que celebra el gol 26 de unas Eliminatorias que duraron veinticinco meses.

Está por terminar la noche del 15 de noviembre del 2017, pero nadie quiere que se acabe el día. En el preciso instante en el que el árbitro francés Clement Turpin sopla por última vez el silbato, Ramos parece seguir totalmente metido en el partido. La jugada final está por el sector izquierdo entre Rodríguez, Trauco y Flores, pero él no deja de dar órdenes y le señala con la mano a Luis Advíncula para que regrese a cubrir su zona. El 2-0 en el marcador no le quita ni un gramo de concentración. Solo el pitazo final lo saca del enfoque de las cámaras de transmisión. Cuando vuelve a ser captado por las cámaras, Ramos corre otra vez hacia la tribuna de occidente buscando a su familia con la mirada. Los encuentra y manda besos volados. Levanta el puño cerrado. Festeja la victoria, la clasificación, la inmensa revancha que le ha dado el destino. Ana Lucía, su esposa; y Leider y Alana, sus hijos, también lloran porque papá se acaba de convertir en héroe.

“Esto no se puede describir. Mis hijos tienen un padre mundialista y aunque quiera explicarles lo que se siente, ahora no me salen las palabras”, es lo primero que dice frente a las cámaras en la zona mixta del Estadio Nacional. Tiene de la mano al pequeño Leider, de ocho años, quien se esconde con nerviosismo entre las piernas de su padre.

Desde el 0-0 con Uruguay en Lima el 6 de setiembre de 1981 hasta la mágica noche del 2-0 a Nueva Zelanda el 15 de noviembre del 2017 se tuvo que esperar 36 años, 2 meses y 9 días para que la bandera peruana luzca a colores junto a la de Brasil, Alemania, Argentina, Francia, España, Inglaterra, Portugal y otras potencias de la élite del fútbol. Trece mil doscientos diecinueve días y sus oscuras noches de derrotas han terminado para siempre.

Daniel Peredo lo dijo antes: “A Ramos lo culpaban de todos los males del fútbol peruano. Hoy se merece un monumento”. Un monumento del tamaño del Estadio Nacional. O al menos, que el arco sur del José Díaz se llame Domingo de Ramos.


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