La extravagancia con la que Neymar explora su día a día fuera de los campos de juego puede ser un símil de cómo es que se conduce en un partido de fútbol. En ambos escenarios pareciera que decide con los pies. Propenso a la espectacularidad cuando es sometido con faltas arteras y otras no tanto, tiene en su calidad actoral tal vez la principal razón por la que ha ido siendo tomado cada vez menos en serio en la alta competencia. Mientras Cristiano Ronaldo era un androide vanidoso enfocado en el éxito deportivo y Lionel Messi, un chico bueno con mucho dinero que se desvive por el amor en familia y el fútbol; Neymar era la rutina del exceso.
Rutina que cuando juega lo vuelve mágico. Más aún ahora, que en Qatar 2022 luce bastante bien secundado por protagonistas con un mismo registro: la fantasía. Ahí está el bailarín de Lucas Paquetá, un virtuoso como Rodrygo, otro loco de las piruetas llamado Antony, la espectacularidad de Richarlison y el desequilibrio puro de Vinicius Junior. Todos cortados por la misma tijera y con el ADN que tanta nostalgia despierta en los amantes del fútbol estético: el jogo bonito.
Neymar, próximo a cumplir 31 años en enero del 2023, sabe bastante bien que pasa por la última gran cresta de rendimiento y aunque baila, ríe y juega; parece ser que -ahora sí- se lo está tomando en serio. Por lo pronto, su tercera Copa del Mundo va viento en popa a nivel individual y colectivo. Goles, fantasía y sobre todo, resultados. Ahora, en cuartos de final, tendrá a un rival más que accesible para amplificar ese virtuosismo con el que afianza su candidatura al título.
Croacia no será un rival fácil, pero sí uno en el que el cuadro de Tité puede encontrar licencias para desplegar la inventiva y el cambio de ritmo que tanto cautiva al hincha y a los medios. Recién en semifinales debería encontrar un rival de exigencia en Holanda o Argentina. Y repito, no es que los de Luka Modric sean una pera dulce, pero por lo visto hasta ahora, Brasil es amplio favorito desde toda perspectiva, hasta en habilidad y clase para los penales.
Este Brasil de Tité, con o sin Neymar, debería llegar sin problemas a semifinales. Entonces, sí dependerá de su máxima estrella para hacer frente a un reto que lo atormenta desde hace dos ediciones. Primero en 2014, cuando Neymar padeció de una lesión que lo obligó a perderse la brutal masacre (7-1) de la que fue víctima el ‘Scratch’ ante Alemania y luego, cuatro años después, en Rusia 2018, donde fue eliminado por una Bélgica radiante liderada por Kevin De Bruyne y las versiones premium de Eden Hazard y Romelu Lukaku.
Sin éxito en su búsqueda de la Champions League con el PSG, su última oportunidad es el Mundial de Qatar. Al 2026 llegará con 34 años y por su agitado estilo de vida, es poco probable que llegue en una versión mejor o al menos similar a la actual. A eso hay que sumarle que es muy probable que en los próximos años pierda la condición de titular indiscutible en el ‘Scratch’. Su momento es hoy.
A diferencia de Kylian Mbappé, que es capaz de brillar a plenitud sin necesidad de complementarse con actores de reparto que le hagan el juego más sencillo; la prosperidad del juego de Neymar depende en gran parte de quienes lo rodean. Felizmente, esta versión de Brasil es idónea para él.
Hace no mucho, Neymar estrenó en Netflix su documental llamado El caos perfecto, un producto comercial en el que se suponía, se mostraba desde lo más íntimo para dar a entender que una naturaleza era romper las reglas, vivir a su manera y que eso no tenía por qué importar a nadie mientras que dentro del campo de juego rinda como se espera.
En los tres capítulos del documental queda en claro que es el carisma lo que define a Neymar, siempre sonriente, siempre feliz y dispuesto para la fiesta, sea dentro o fuera de la cancha. Tras ver está biografía moderna es imposible no cuestionarse sobre si un Neymar más riguroso con el físico y menos solícito para la vida pública pudo estar al nivel de competir por el rótulo del mejor del mundo.
Solo el título en Qatar puede poner punto final a la polémica.
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