A mí me encanta tomarle el pelo a mi compadre. Él sabe que lo hago sin mala leche y me tiene correa. Como yo se la tengo a él, que a veces se excede con sus bromas. Con los años hemos aprendido a reírnos el uno del otro y la pasamos bien. Eso sí, en la cancha no lo conozco y no le tengo piedad. Pero fuera de ella somos hermanos y confieso que la paso mal cuando mi compadre está en problemas. Porque juntos somos un clásico, nada menos.
Sueño algo parecido para el clásico del fútbol peruano. Que los adversarios en la cancha sean capaces de llevarse bien fuera de ella. Porque no entiendo a los hinchas que tratan a su compadre como si fuera no un antagonista, sino el enemigo o, aún peor, una basura. Quizá no reparan en el daño que se hacen a sí mismos. Porque si mi clásico rival, ese que me define, no vale nada, yo tampoco salgo bien parado de la ecuación, ¿no?
Ayer, el mundo despertó con la noticia de que las dos Coreas - esas que hace décadas viven enfrentadas - postularán juntas para albergar los Juegos Olímpicos de 2032. Dos países que deciden superar el odio a través del deporte. Sí, pues, el deporte es capaz de sacar lo mejor de las personas.
Me pregunto qué tenemos que hacer para desterrar ese rencor enfermizo entre los clásicos rivales. Y caigo en cuenta que sí es posible, como que en la selección los jugadores de ambos equipos sí son capaces de unirse en pos de un gran objetivo. Y ya sabemos que cuando eso pasa, no nos ganan.
Por: Guillermo Denegri