En estos tiempos, con casi todos los sectores económicos paralizados por la pandemia, la industria de la nostalgia parece ser la única que prospera.
Y crece a pasos agigantados también en el rubro futbolero. En nuestro caso, ha sido inevitable el incremento sostenido de la añoranza: gran parte del tiempo libre en cuarentena se ha dedicado a recordar jornadas épicas y jugadores emblemáticos. Como sucede en las historias de amor, el repaso de episodios anteriores -aunque agridulces en muchos casos- se convierte en una ruta segura para compensar la ausencia de alegrías y emociones en el presente.
La culpa la tiene el tiempo. Que alteró en estos casi dos últimos meses las formas que teníamos de entender –y disfrutar– el ocio. Y claro, el fútbol.
Es entonces más común iniciar la mañana con un diálogo de un partido de hace décadas. Recibir, cerca a la hora del almuerzo, una llamada para recibir precisiones técnicas y hasta un repaso de anécdotas de un partido en blanco y negro. O que te escriban por WhatsApp para rememorar desde el confinamiento alguna proeza profesional de fines del siglo pasado.
Comenzamos a vivir hacia atrás sin darnos cuenta.
Ojalá y esta fórmula de vida sea como cuando rotas la pelota con dirección a puerta propia en un partido de fútbol: retroceder solo para no perder la posesión y buscar reiniciar el ataque.
Por ahora, toda táctica que sea capaz de robarnos una sonrisa, vale.