Por Teo Torres
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10 de enero de 1992. Doña Jikabeth Bardales siente contracciones y Wilfredo, su esposo, presiente que su nuevo heredero está por llegar. En el hospital Hermilio Valdizán de Huánuco, en el centro del país, nació Anderson Santamaría.
Centro. Una palabra clave para Anderson. Porque debutó de volante de contención, pasó a ser mediocampista mixto, alternó de ‘9’ y terminó jugando de zaguero. Siempre en posiciones internas, nunca por fuera.
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Pero nunca nadie habría visto brillar a ‘Santa’ en ninguno de esos puestos si es que, por una casualidad del destino, Pavel Villavicencio –el entrenador que marcó la carrera del ahora defensor de la Selección Peruana– no lo hubiera reclutado por segunda vez en su vida.
A los 6 años, Anderson Sanatamaría la ‘rompía’ en los torneos huanuqueños con su modesto equipo, el Cristal Boys. Claro, si entrenaba con sus ‘patas’ hasta la medianoche, con castigo incluido cuando llegaba a casa.
Con ese talento, los vecinos y amigos le recomendaron a sus padres que lo lleven a Lima. Porque en su tierra, el apoyo era escaso. Y así fue. Su ‘Macuto’ viajó a la capital a probar suerte en academias de fútbol, mientras estudiaba en el colegio militar Leoncio Prado.
Villavicencio, su ‘profe’ de educación física, se lo ‘jaló’ a las divisiones inferiores del Deportivo Municipal. Felicidad que le duró hasta los 17 años, cuando a fines de 2008 los nuevos ‘dires’ ediles decidieron que los alumnos de sus academias tenían que pagar mensualidad. Sin un ‘mango’ en el bolsillo, ‘Santa’ dejó el fútbol por un año e ingresó a la universidad.
Hasta que otra vez apareció Pavel. El DT dirigía el proyecto de la reserva del desaparecido Inti Gas y enroló a Santamaría, que empezó a construir su futuro hasta el día de hoy, en que ya es considerado una ‘Muralla’ sólida en el extranjero y, cuando tiene la chance de mostrarse, también con la Selección Peruana.
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