La detención de Edwin Oviedo era cuestión de tiempo. Luego de la difusión de los audios que lo vinculan con los ‘Cuellos Blancos del Puerto’, oscura red criminal que involucra a jueces, políticos y empresarios, el presidente de la FPF quedó en el centro de un escándalo de corrupción con alta exposición pública. Su suerte parecía echada.
Por eso se le pedía dar un paso al costado. Para que resolviera sus problemas judiciales sin afectar a la institución que preside y al fútbol peruano, el bien mayor que todos deberíamos proteger, comenzando por el presidente de la FPF. Oviedo, sin embargo, prefirió aferrarse al cargo, acaso con la esperanza de que los resultados de la selección también jugaran a su favor.
Pero no fue así. Oviedo, cabeza del exitoso proceso que devolvió al fútbol peruano a una Copa del Mundo, se fue convirtiendo paulatinamente en un personaje tóxico, que provocó la renuncia de varios dirigentes y alejó a potenciales auspiciadores de la FPF. Y en vez de buscar salidas institucionales para preservar las reformas iniciadas por su administración, pretendió erigirse como único garante del cambio. Y perdió.
Su silla será ocupada desde hoy por Agustín Lozano, el vicepresidente de la FPF, un dirigente que lo apoyó en la elección y se alejó después. Y que dentro del entorno de Oviedo es cuestionado por su distancia con Ricardo Gareca y una supuesta oposición al licenciamiento y otros cambios introducidos por Oviedo para impulsar el trabajo con menores y mejorar la infraestructura en los clubes de primera división.
Por eso, hoy tenemos sobrados motivos para preocuparnos y pedir a las nuevas autoridades que antepongan al fútbol peruano por sobre cualquier otro interés.
Escribe: Guillermo Denegri