Messi y el Mundial de su vida: como Maradona en el 86 en el quinto, último y más difícil acto de magia

Habituado a lo imposible, Lionel Messi ha llevado a la final a Argentina o mejor dicho, ha vuelto a poner al mundo a sus pies en seis partidos. Este domingo, ante Francia, tiene una cita con la historia.
Lionel Messi tiene 11 goles y 9 asistencias en la historia de los Mundiales. (Foto: AFP)

Quienes han tenido la dicha de compartir la intimidad del día a día con , aseguran que es un ser humano único e irrepetible dentro de una cancha de fútbol. Es más, la mayoría advierte, haciendo notar una sonrisa inminente, que lo de ser humano, cuando juega, puede ser puesto en duda. Diecisiete años en el Barcelona español afianzaron dicha teoría, aunque cada vez que se cambiaba la azulgrana por la albiceleste, la reverencia mutaba hacia el hastío. Cuatro mundiales después con la , con una final descorazonadora en Brasil 2014 y una frustración monumental ante la Francia de Mbappé en Rusia 2018, el futbolista más trascendental de las dos últimas décadas vuelve a la batalla por la ansiada Copa del Mundo, una donde en la antesala ya es el campeón del mundo si el torneo se decidiese por encuestas, merecimientos o plegarias.

Jorge Valdano dijo alguna vez que el mejor futbolista del mundo es Lionel Messi y el segundo mejor es Messi lesionado. Ante la Arabia feroz de Saleh Al Shehri y Salem Al Da sari, los dos compañeros de André Carrillo que se disfrazaron del diez argentino para consumar una impensada victoria con dos goles soberbios, el rosarino ha de haber desencantado no solo a Valdano, también a todo un mundo de fervientes aficionados al rubor maradoniano.

Acostumbrado a no perder con Scaloni desde hace más de tres años, cuentan quienes gustan de retratar y venerar a Messi, que a Qatar llegó con las previsiones máximas para jugar al 250%: más descansado, sin lesiones y más querido que nunca tanto en París -donde le tomó un tiempo adaptarse- como en Argentina, donde alcanzó, por fin, el rótulo de héroe absoluto tras protagonizar la épica de conquistar la Copa América ante el Brasil de Neymar y en el mismísimo Maracaná.

Con 35 años, Messi lo había conseguido todo, incluso mantenerse vigente en la élite del fútbol mundial, bastante por encima que su antagonista por años, Cristiano Ronaldo. Lionel, habituado al arte de de hacer cotidiano lo imposible, sorprendente a nivel macro, para este Mundial, su último mundial posiblemente, dejó en la previa con Arabia un micro milagro: que mi hijo de 8 años se acostara temprano (cosa que no hacía desde los 5) para levantarse de madrugada y con pelota en mano, frazada, canchita y limonada; acompañarme a ver por televisión a ese ser colosal del que tanto le había hablado un mes antes mientras llenábamos el álbum de figuritas.

Un milagro procedido de una decepción.

¿Papá, no que Messi jugaba bien?, me dice Darío medio sorprendido y medio con sueño en los últimos minutos del partido. Así es el fútbol, pensé. Pero ante el jaque de la pregunta, finalmente opto por una respuesta más fair play: ‘Eso es lo bonito del fútbol, que no siempre el favorito vence al que tiene menos opciones de ganar”.

¡Pero a quién engañamos!, medio planeta ha esperado ansiosamente este Mundial con el único objetivo de ver a Lionel Messi alzar su primera Copa del Mundo y así, finalmente, consagrarse como la divinidad que aún no se le permite ser porque delante de él siempre tuvo -y tendrá- el retrato de Diego Armando Maradona, otra figura de índole superlativo que hizo todo bien con la albiceleste: la ‘Mano de Dios’, el mejor gol de los mundiales, el ‘barrilete cósmico’, la venganza ante los ingleses y tomar una Copa del Mundo entre sus manos en México 86. Nada menos.

Maradona conquistó el mundo en su segunda copa, en su plenitud, con 25 años. Messi está obligado a intentarlo en su quinta y última oportunidad a los 35, aún con esa magia que lo acompaña desde su debut profesional en el 2004, pero más que nunca dependiente -y mucho- del rendimiento colectivo. Y es que, aunque cueste entenderlo, en el ocaso de su carrera es más probable una gran asistencia que una jugada maradoniana como a las que nos tenía acostumbrados en su mejor versión física hasta hace unos años. Y es que la edad es un rival al que incluso Messi le aterra.

Dicho de otro modo, la magia ahora depende de otro Lionel, de Scaloni.

Arroparlo mejor implica encontrar las piezas indicadas con las que Messi encuentre espacio para el pase gol ante una complicada México. Posiblemente con Lautaro Martínez nuevamente como cabeza de ataque y con Di María y el Papu abriendo la cancha por las bandas. Blindar a Messi, cobijarlo acertadamente, tal vez no implique un cambio de nombres, sino de mentalidad. El debut, con la presión de ganar la Copa del Mundo ejerciendo sobre el equipo desde el segundo cero, puede que haya sido el verdadero rival. Quizá ante México la exigencia por el éxito sea todavía mayor porque a diferencia del primer partido, este sábado no hay margen de error. Será ganar o ganar.

Felizmente, a diferencia de las otras treintaiún selecciones, los de Scaloni tienen a un Messi al lado, evidencia absoluta de que lo improbable, se puede. Por ahora, habituado a lo imposible, la ‘Pulga’ enfrenta su última chance de alzar una Copa del Mundo con un primer paso en falso: la conmoción de la derrota ante una Arabia feroz y la presión de ser el campeón sentimental de medio planeta.


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