Ya estaba sentado Ángel Correa en el banquillo del Atlético de Madrid, reemplazado a la hora de partido por Yannick Carrasco, aún lamentando el gol anulado por fuera de juego unos instantes antes, cuando el VAR le concedió el tanto al atacante argentino, que celebró fuera del campo lo que se le había negado antes dentro; un gol que, sin embargo, no fue suficiente, nivelado de penalti por Enes Unal para el Getafe en el tramo final (1-1) para sostener en el cargo a Quique Sánchez Flores.
En tiempos de VAR suceden situaciones tan inauditas como esa, impropias del fútbol de siempre, pero tan posibles ahora, cuando las revisiones tecnológicas, en este caso por unos milímetros, otorgan la validez del gol a un futbolista que ya no está sobre el terreno de juego. Todos sus compañeros fueron a buscarlo al banquillo. Correa salió de ahí para celebrar como merecía el gol, sin intuir que no iba a valer más que para un punto.
Es la imagen de partido. Una instantánea novedosa. No es nada nuevo, en cambio, tan propio del fútbol, el ir y venir de los entrenadores cuando los resultados no van por el camino esperado. Le ocurre al Getafe y a Quique Sánchez Flores, cuyas horas parecían contadas en el banquillo azulón hasta el 1-1 de Enes Unal. El penalti fue su único tiro entre los tres palos. De todo el equipo. La mano extendida de Saúl, de espaldas al balón, en un remate de Borja Mayoral estableció la pena máxima. El empate.
No es el Atlético de hace unos meses. Pero tampoco se parece al que alcanzó las cotas más altas en tiempos no tan pasados. Están casi todos los mismos que antes del Mundial (se fueron Joao Félix, Cunha y Felipe y vinieron Memphis Depay y Matt Doherty), pero es otro equipo. Distinto y distante de lo que fue hasta el parón por Qatar 2022.
La estructura del 4-3-3 le sienta bien a Griezmann, Correa y Morata. A todo el conjunto, aún inconstante. Y a sus individualidades. Hay excepciones, como Lemar, titular indiscutible de rendimiento dudoso, demasiado reincidente en la irrelevancia, y hay matices, porque el equipo funcionó a ratos, sobre todo la primera media hora, aunque después decayó.
Sí es un Atlético más convencido que entonces, más atrevido o más ambicioso, que piensa más en el ataque que la prudencia que tantos desvelos le ha provocado en el pasado, en el crecimiento colectivo e individual de futbolistas llamados a mucho más de lo que han hecho hasta ahora. De Nahuel Molina, De Paul, Hermoso... También se han transformado en este presente que repone al Atlético dentro del objetivo vital de la Liga de Campeones.
No hace mucho no lo veía tan nítido, dentro de un declive que ha revertido desde el parón del Mundial, que aún exige una consolidación más exhaustiva en cuanto a una serie de marcadores (no ha ganado más de dos partidos consecutivos en toda esta Liga) y síntomas favorables. Los visibiliza por momentos, como en la puesta en escena de este sábado en Getafe, propia de tiempos y resultados más concluyentes.
Le faltó al Atlético gol y remate entonces, por más méritos que concentró en media hora. Un tiro alto de Griezmann, un fútbol rápido, una parada de David Soria al internacional francés cuyo remate fue demasiado centrado, un penalti reclamado por Morata, un gol por fuera de juego claro anulado al delantero rojiblanco, otro zurdazo alto de Griezmann, unas cuantas maniobras de Correa, varios centros de Nahuel Molina... Y nada. Sin gol. En el 0-0.
Pareció mucho más de lo que fue sobre la portería de David Soria, que apenas necesitó una parada en todo ese tramo para contener al Atlético, diluido de repente hasta el descanso, como si ya hubiera dado por terminado el primer acto, cuando aún quedaban quince minutos para alcanzar el descanso, cuando el Getafe reclamó su espacio en el encuentro.
Hasta entonces lo había atenazado el temor. Su situación límite lo agobia. En el Metropolitano deambuló media hora sobre el terreno, inexpresivo, expectante, expuesto a un daño que no recibió porque a su adversario, con más posesión que muchas otras ocasiones, con más control del que acostumbra, no conectó con lo más importante de todo.
Después de una persecución insostenible de sombras, siempre a destiempo, despertó en cuanto fue capaz de recuperar una pelota para lanzar un contragolpe que culminó fuera Enes Unal. Después remató Mayoral alto, tras una buena combinación entre Aleña y Portu. También ensayó su volea Enes Unal. Un grito de reivindicación. Un aviso para el Atlético.
Transcurridos 45 minutos, 0-0. Después, a la hora del duelo, Correa marcó el citado 1-0 que celebró ya sustituido, insuficiente para consolidar la reacción del Atlético, empatado a última hora, contra pronóstico, sin percibirlo, por un penalti transformado por Enes Unal. Quique Sánchez Flores sobrevive en el Getafe.
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