El fútbol, como el amor, está hecho de gestos. De esas consideraciones sutiles que son capaces de armonizar son el sentimentalismo y desplazan a la razón bastante –demasiado- lejos. Hernán Barcos quizá no es consciente de aquello, pero sus acciones en Alianza Lima son el ejemplo perfecto del futbolista que conquista con la naturalidad de un amanecer o un beso de buenos días. Un delantero que llega y seduce no solamente por su rendimiento, sino también por ese otro escenario deportivo donde suelen construirse los ídolos: el pre y post partido.