Alianza Lima es un juego de azar y no hay más razones para explicar una década sin campeonatos. Es cierto que existen varios factores que influyen negativamente e incluso podrían ser enumerados: las dos finales nacionales que perdió o el manejo dirigencial con 'Pocho' Alarcón como referencia. También habría espacio para los problemas económicos, la pérdida de protagonismo de sus canteras desde el despegue de Yordy Reyna o una hinchada que alienta al equipo, pero a la vez ajusta y golpea a los jugadores. Sin embargo, con certeza, todo lo mencionado no decide un campeonato.
¿Qué ha hecho mal Alianza durante los últimos diez años? Hablamos del equipo del pueblo. De un grande. De esos que despiertan pasiones y generan locura. Como lo es Barcelona en España o Boca en Argentina. Hablamos de un club que tiene 22 títulos desde 1901. El segundo más ganador del fútbol peruano. ¿Por qué diez planteles y 12 entrenadores fallaron en el intento? ¿Por qué los proyectos no dieron resultados?
Alianza Lima no es de los que solo se limitan a buscar la clasificación a una Copa o a mantener la categoría. Alianza Lima siempre jugó a ser campeón. Lo demostró al llegar hasta la final de 2009 que perdió ante Universitario y lo ratificó ante Juan Aurich en 2011 cuando cayó por penales. Pero el fútbol es así. Las finales se ganan o se pierden, y muchas veces son los detalles (o un poquito de suerte) los que definen al ganador: un arquero que se convierte en figura, un palo milagroso o quizás un gol de otro partido.
Sin embargo, es un error ponerse una venda en los ojos. No hay que ser un genio para darse cuenta que no existe un proyecto a largo plazo en Alianza Lima. En mayores ni en menores. En ningún lado, en realidad. La ausencia de valores en Alianza preocupa.
Los procesos de los técnicos no se respetan y los jugadores se eligen más por habilidad, nombre o hinchaje que por sus perfiles profesionales. No es necesario ir muy atrás para confirmarlo: este año trajeron de vuelta a Ibáñez, Montaño y Manco. Los tres llegaron como estrellas, pero uno de ellos tras estar inactivo por meses luego de fracasar en Chile, el otro con una lesión crónica en la rodilla (además de ser suplente) y el último que, para variar, hace años no completa 90 minutos buenos. Tres jugadores con más fe que nivel futbolístico. A la cabeza, un DT que llegó prometiendo recuperar "las raíces" de Alianza Lima con un "juego pícaro", tal como se lo exigió la administración de Bustos.
Roberto Mosquera se equivocó en la conformación del plantel. No pudo hacer grupo ni pudo llevar la fiesta en paz con un sector de la barra blanquiazul. Aun así, hasta que se fue, se mantuvo en la pelea por el título. Igual no lo dejaron ganar ni fracasar. Le dijeron chau a nueve fechas del final. El estilo uruguayo de Guillermo Sanguinetti, por ejemplo, tampoco fue respaldado (pese a ganar e Torneo del Inca y acabar primero en el acumulado). A cambio y cayendo en la desesperación, solo para parchar, se colocó a técnicos novatos como José Soto, Gustavo Roverano, Francisco Pizarro o Juan Jayo. Los resultados son visibles.
Entonces, ¿dónde está el proyecto a largo plazo que le devolverá los títulos?
Alianza Lima necesita un técnico líder, antes que un revolucionario táctico, que imponga un trabajo serio y que la directiva lo respalde a muerte, además de un plantel que no necesite ser totalmente renovado a fin de año: 13 jugadores no seguirán en 2017, de los cuales 10 eran habituales titulares. En 2015 se fueron 12 y en 2014 se marcharon 15.
El club requiere de futbolistas con un perfil acorde al estilo y las necesidades del DT, pero sobre todo profesionales, deportistas, listos para ser tomados en cuenta desde el primer día.
Alianza debe dejar de pensar en un título inmediato. El cortoplacismo daña sus intereses. Debe planificar a dos años o más, no a uno. El gran error blanquiazul, a la fecha, es resolver con apuro para campeonar y acabar con años de sequía (irónico, como si nunca hubiera campeonado). No obstante, en Alianza Lima no se terminan de dar cuenta que un título no saciará la sed, y el campeonato acabará siendo, una vez más, un juego de azar. Una casualidad.
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