Todos nos quejamos y alzamos nuestra voz cuando vemos futbolistas en juergas o en condiciones lamentables. Queremos que solo jueguen, metan goles y ganen títulos. Es el mundo ideal, pero el tema va más allá de patear una pelota.
Estos muchachos no dejan de tener las mismas necesidades que nosotros. Quieren irse de fiesta, meterse un bailecito, tomarse sus tragos o fumarse un ‘pucho’. ¿Quién no lo hace? El pequeño gran detalle es que ellos se deben a su cuerpo y estado físico. Y si lo hacen en exceso, mucho peor.
Algunos no se dan cuenta o, peor aún, sienten que no están haciendo algo malo. Por eso la sicología no debe ser algo sugerido en el deporte. Tiene que ser una obligación. El fútbol pone en juego muchos aspectos: memoria, coordinación, concentración y hasta el buen humor.
Varios se lesionan por estrés y no es broma. Tengamos en cuenta que muchos han crecido con carencias o sin afecto familiar y, de un momento a otro, se sienten los dueños del mundo porque ganan mucho dinero y tienen el carro del año. Los que son suplentes deben tener frustración. ¿Se imaginan cómo se debe sentir Cueva hasta hoy por el penal fallado ante Dinamarca? Nunca más volvió a patear otro.
Ojo que no es una defensa, pero sí una realidad que no estamos tratando de manera seria. Tenemos muchos casos de inconducta y seguirán pasando en la medida que los clubes solo se preocupen de lo que más les importa: que jueguen bien. El futbolista tiene que ser 100% profesional, pero todo empieza desde arriba. El momento es ahora.