Debían levantar la mano si querían ser futbolistas profesionales. Todos tenían los ojos cerrados. Solo Óscar Hamada, el DT del Regatas, miraba lo que pasaba. De los 40 chicos, 37 alzaron el brazo. Aldo Corzo fue una de las tres excepciones.
La ‘Tortuga’ –como lo llamaban en su colegio– era, después de Aurelio Saco-Vértiz (exjugador de Universitario) y Gonzalo Ansola (no se dedicó al fútbol), el que mejor jugaba en su ‘promo’ del Santa María Marianistas.
Los dos primeros la ‘rompían’ y en el Intercolleras–torneo bimestral que disputaban en los recreos– se juntaban para hacerle el ‘pare’ a todos. Aldito podía ser parte de ese equipo, pero prefería juntarse con sus ‘patas’.
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Jugaba de volante. Y aunque algunos podían discutir su talento con la pelota, en la marca nadie le ganaba: si era necesario, se tiraba de cara casi sin darse cuenta. Ese chico aguerrido, sin embargo, no quería dedicarse al fútbol ni al ping pong, deporte en el que destacaba incluso más.
Jugaba por hobby. Estuvo en una academia de la ‘U’ con Javier Chirinos como DT, jugó en Adecore y, entre los 13 y 15 años, pasó sus tardes en el Regatas de Villa. Pero no tenía mucha ambición. Su idea era estudiar una carrera, no ser futbolista profesional.
Una de esas tardes, sin embargo, y luego de decirle sus virtudes, Hamada lo nombró capitán general (de la categoría 89 a la 96). Pero fue Jaime Duarte –lateral derecho de Perú en dos Mundiales– quien, tras llevarlo a Alianza como marcador, lo convenció de cambiar sus planes.
Once años después, con cuatro ciclos de administración y un máster en gestión y gerencia del deporte, Aldo sigue siendo el mismo. O casi el mismo: cambió el Intercolleras por un Mundial. Si a los 15 lo hubiese sabido, seguro habría levantado la mano.
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