Los constantes impulsos verbales de Ricardo Gareca eran un fiel reflejo de su impotencia: sus jugadores se habían olvidado del plan de partido y no podían concretarlo. "Estábamos estáticos, muy metidos atrás", reconoció el entrenador de la Selección Peruana en la conferencia de prensa postpartido. Nunca lo vi tan molesto ni tan apresurado por ir al vestuario una vez que el juez pitó el final del primer tiempo. Pedía que salgan y nos metíamos. Pedía tranquilidad y los constantes balonazos a las tribunas reflejaban lo contrario. Se había perdido todo lo que se tuvo contra Argentina en Lima: personalidad, confianza, convicción para ir a las divididas. Todo.
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El jugador de fútbol no necesita que el entrenador le recuerde el plan de trabajo a cada momento del partido, pero sí que entregue un recurso alternativo para mejorar el colectivo: lo hizo Gareca con los cambios de Aquino y Ruidíaz. Perú niveló el trámite, empató, pero perdió. Y no porque haya sacado a Tapia para poner a Da Silva. La lectura del cambio no tiene solo que ver con la valentía de un entrenador: Chile, un equipo que por bandas nos había bailado, necesitaba ser contenido desde atrás. Y fue lo que pasó. El ingreso de Beto imposibilitó el libre albedrío de Isla y Beausejeur en ataque. El equipo no se desequilibró ni estuvo en desigualdad de condiciones. Es más, de Beto en adelante, siempre tuvimos superioridad en la marca (defendíamos con más hombres de los que Chile empleaba para atacar). Vidal no anotó el segundo gol porque sacamos a un volante, sino porque hubo una descoordinación en los movimientos del montaje defensivo (además de la genialidad del mismo).
Se perdió y frente a la derrota los argumentos llueven para tratar de dejar como inútil al entrenador. Es tal y como explicaba Bielsa: te juntas con quien huele bien y no con quien apesta. Y la derrota huele mal. Sin embargo, debemos ver más allá de los resultados: la Federación Peruana de Fútbol debe renovarle a Gareca cuatro años más. El objetivo de este proceso debería ser quedar séptimos. Más cerca del sexto que del octavo. Si esto se da, el próximo proceso recién podremos pelear el quinto cupo.
Con un equipo nuevo, sin los mejores pero con los más comprometidos, lo que le falta a Gareca es tiempo. Tres o cuatro días es muy poco para hacer jugar bien a un equipo de fútbol con jugadores sin la jerarquía individual requerida. Comparemos: una cosa es Perú y otra Argentina. Con los cracks que tienen ellos, deberían jugar y resolver mejor los partidos. Es verdad que hace falta juego y en eso la responsabilidad total es de Gareca; no obstante, se ha recuperado un aspecto que antes era incluso más criticado que el propio juego: el compromiso. El común denominador de este equipo (desde la Copa Centenario) es el pleito anímico. De todas maneras, no alcanza. Ni alcanzará, probablemente. Hace falta más trabajo. No de calidad, sino de cantidad.
Démosle tiempo a Gareca
Inició de una manera y le sirvió en una Copa: fue tercero con los mejores. Luego cambió en medio de las Eliminatorias frente a las derrotas. Pidió compromiso y envió un mensaje tácito con sus convocatorias: que estén los que quieran estar. No es un técnico top en el mundo, sus lecturas iniciales no han sido las mejores, corrige sobre la marcha mejor de lo que analiza al rival en la previa, no pudo convencer a los de afuera, y una serie de errores más, pero es un entrenador con valentía que decidió cambiar frente a la adversidad y por cuenta propia: de Chemo dicen que también inició un recambio luego del Golf Los Incas. Es diferente. Chemo cambió por obligación e, inclusive, a quienes eran parte de su "recambio" los llamó cagones en Montevideo. Todavía existen quienes dicen que somos el único país del mundo que no convoca a sus mejores jugadores. Es cierto. Debemos ser los únicos. Sin embargo, nos olvidamos que incluso con los mejores, fracasamos en los últimos 25 años.
Hoy las críticas llueven a Gareca y con toda justicia. Unas mejor argumentadas que otras; sin embargo, el análisis debe comprender todo, incluso lo bueno. Si en algo rescato a Gareca, más allá de que se haya dado cuenta tarde que somos un país con jugadores que no priorizan la salud de la selección, es que ha potenciado individualidades: el mejor Paolo lo he visto con Gareca, la consolidación de Cueva, la aparición de Trauco, la confianza para Tapia, etc. Y en base a esas y otras individualidades es que Perú ha sostenido su juego. Con picos altos y otros muy bajos. Pero los equipos se hacen primero en base a la jerarquización de lo individual, que repercute en lo colectivo. Es por eso que ahora necesitamos tiempo para consolidar un estilo, una idea, un grupo. Y el mejor escenario debería ser la Eliminatoria siguiente.
Gareca decidió empezar de cero con otros jugadores aun sabiendo que tenía más oportunidades de perder que de ganar.
Debe continuar, entonces, para consolidar el cambio que propuso desde la elección de jugadores en un proceso limpio de polvo y paja para Qatar 2022. Necesita tiempo para buscar alternativas a Guerrero, asociar mejor el tema defensivo y ofensivo de organización en relación a las sociedades dentro del campo, y potenciar un colectivo que permita pelear los partidos no solo desde la rebeldía.
Y ese cambio debe ser respaldado desde la FPF: la diferencia no se busca solo a nivel de marketing o gerencia, también en lo deportivo. La gestión de Oviedo tiene la gran oportunidad de hacerlo contratando cuatro años más a Gareca y ahora sí obligarlo a clasificar al Mundial. Ninguna FPF tuvo la suficiente capacidad para convencer a un entrenador de continuar dos procesos consecutivos. Siempre cambiamos y los resultados fueron los mismos. Entonces por qué no cambiar la mentalidad y dedicarnos a trabajar a largo plazo. Para diferenciarte del resto, debes hacerlo en todo aspecto. Esta es una buena oportunidad. Acabemos con el cortoplacismo y el miedo al fracaso. No resolvamos para evitar perder, sino para ganar.
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