El heroísmo en el fútbol suele estar muy ligado al nivel de popularidad. Digámoslo de otra manera, el jugador del partido es quien, por destreza o efectividad, atrae la atención estelar del partido. El que mete el gol o lo evita. Aldo Corzo es un mecanismo robotizado de lo segundo, pero con los años ha fidelizado el cariño del hincha con un concepto indiscutible aunque menos efectista para el like contemporáneo: la eficiencia.
Con la reciente lesión de Luis Advíncula, el también lateral de Universitario de Deportes vuelve a ser tema de conversación sobre si cuenta con los argumentos para ser titular en la selección peruana con miras al bendito repechaje a Qatar 2022.
El, digamos, ya veterano lateral de 33 años es una suerte de recurrente plan b de Ricardo Gareca en la selección peruana. Discreto no por falta de talento, sino porque su mayor lucimiento radica en el rigor de saber ceñirse al plan. Disciplinado para el rol defensivo que se le asigna y agresivo positivamente para resolver situaciones límite. Aldo no es protagonista, solo cumple con su rol secundario. Y muy bien.
Para muestra un botón. O mejor dicho, un acto de magia. Un milagro deportivo, un evento sobrenatural en manos (o pies) del más mortal de los convocables. En marzo pasado, la bicolor visitó Barranquilla en un partido clave. Allí, la escuadra rojiblanca se impuso 1-0 en lo que fue un triunfo soberbio. Y fue también donde Aldo Corzo anuló por completo a Luiz Díaz, la descomunal figura del Liverpool.
¿Cómo lo hizo? Días después del partido el mismo Corzo lo explicó brevemente. Nuestro lateral había estudiado al más mínimo detalle los movimientos de una de las figuras más prominentes del seleccionado cafetero. Aprendido el guion, el resto fue esfuerzo.
Pero debemos ir un poco atrás para entender la naturaleza de Corzo.
Hagamos memoria. Aldo hizo un partido memorable en el 1-1 ante Colombia en la anterior Eliminatoria, resultado que le dio el acceso al repechaje a la selección peruana. En aquel partido disputado en el Nacional de Lima, el héroe fue Paolo Guerrero, quien gracias a un curioso gol de tiro libre indirecto se robó todos los flashes. Sin embargo, pocos recuerdan que quien propició la falta fue Corzo.
Y lo hizo, como diría Marcelo Bielsa, desde el amateurismo. No en una jugada brillante de amagues y verticalidad, no en una exhibición plena de control y técnica; sino jugando como se juega en el barrio: a lo macho.
Ante la falta de argumentos válidos para disputar una pelota, Aldo intentó ganar una jugada divida con el colombiano Frank Fabra, quien en el borde del área sacó el zapatazo para despejar el peligro con la sutileza de quien detona una bomba atómica. Ahí, a 15 minutos de quedar eliminados de Rusia 2018, el héroe discreto de aquella noche, Aldo Corzo, optó por frenar esa patada con su cabeza. Sin titubear, sin miedo, como quien ejecuta un sacrificio desde el convencimiento. Tiro libre a favor de Perú y un instante después el ya clásico poema de “la tocó, la tocó, la tocó...”
No existe mejor jugada sobre la faz de la tierra para describir a Aldo Corzo. Ni escenario más idóneo para convencernos que aunque los altibajos lo persigan en la liga local, en la selección peruana siempre será una pieza fiable. Sin artilugios, sin bondades artísticas ni expresiones estéticas. Pegado al libreto, con disciplina y perseverancia, alejado de los reflectores.
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