Jorge Fossati es un viejo zorro. Por algo apila más de tres décadas en la dirección técnica. No digo que las canas lo delaten, pero sí los gestos calculados y las palabras elegidas con mira milimétrica para salir siempre airoso en situaciones complejas como las que padece la selección peruana. Asumiendo los gravísimos efectos de la era posreynosista, la buena gestión del seleccionador era fundamental en estos dos primeros partidos para destrabar la presión mediática originada por la ansiedad de ver debutar a Oliver Sonne; romper con el mito de la titularidad absoluta, dar pie a una sensación de recambio y consolidar su autoridad ante referentes como Paolo Guerrero. El martes último cerca a la medianoche, en pijama, y seguramente dejando ver esa sonrisa cómplice de quien disfruta internamente de una travesura, el uruguayo hizo check mental a todo.
Decía Marcelo Bielsa que cuando es difícil elogiar desde el ejercicio del acierto; solemos recurrir a sobresaltar una característica muy propia del amateurismo: la actitud. Dícese de la disposición absoluta para llevar a cabo una tarea asignada, más allá de que esta se concrete o no. Lo que se mide es las ganas.
Bajo el amparo de esa premisa, Jorge Fossati instauró su discurso para acariñar la confianza de todos sus dirigidos, sin excepción. Es en ese juego de mimos y afectos que el rival ya poco importaba. Como un niño que empieza a dar sus primeros pasos o intenta por vez primera llevarse la comida a la boca, el aplauso no consagra el éxito de la proeza, sino más bien se convierte en soporte para que continúe intentándolo.
De ahí que ver a Sergio Peña con el dorsal número diez en la espalda resulte más una especie de desafío que una falta de buen gusto.
La magia está en los detalles y Fossati lo sabe
De ahí el peculiar trato hacia Oliver Sonne. Ante Nicaragua, lo toma del rostro minutos antes de su ingreso, le sostiene la mirada y luego le da unas palmaditas cariñosas en la mejilla para distender los nervios y agitar las ganas. La escena, bastante paternal, transmite además a nivel nacional el mensaje de confianza. Luego del partido, el uruguayo busca a Sonne y sin soltarle la mano, lo instruye para que se acerque a sus compañeros y agradezca el aliento de la hinchada. El gesto convence más que mil palabras.
En su primer partido bajo la dirección técnica homenajea a Paolo Guerrero con dos detalles: entregándole la capitanía y la titularidad absoluta. Ninguno de los dos duda que el titular es Gianluca Lapadula, pero ambos celebran la diplomacia.
Luego están dos momentos con Gianluca Lapadula
Uno es el efusivo abrazo tras el gol de Sergio Peña. Muy espontáneos, celebran el tanto fundidos en lo que podría traducirse como un gesto de respaldo. esta vez es Lapadula abrazando al ‘Nonno’ y aplicándole cariñosas palmaditas mientras el estadio estalla de algarabía. Esos cinco segundos nos trasladan hacia algunos años atrás, cuando en la mejor versión de Perú, Ricardo Gareca estremecía a todo un país teniendo a Christian Cueva entre sus brazos.
Otro síntoma evidente de liderazgo positivo se da al final del partido frente a República Dominicana, cuando Fossati hace gala de su buen estado físico y acelera el paso hasta la media cancha para evitar que Lapadula pierda la cordura por una discusión con uno de los rivales. El uruguayo, sin dejar de mascar su chile, toma al delantero del brazo y le dice algo mientras lo aleja de la escena, para luego tomarlo de la cintura en señal de confianza y coronar la acción con una cariñosa nalgada.
Hacer jugar a veintiún de los veintitrés convocados es otra muestra evidente de que su verdadero partido no era contra Nicaragua ni República Dominicana. Aunque las comparaciones son odiosas, es imposible no caer en cuenta de la abrumadora diferencia en los gestos y las señas con el anterior proceso.
Han pasado dos partidos y aunque no hemos sido convencidos con fútbol; nos enamorados de los detalles.
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