En estos días, cuando la procesión del Señor de los Milagros toma las calles, la capital peruana se tiñe de morado y cientos de miles de limeños se entregan con pasión a las más diversas expresiones del fervor popular. La fe mueve montañas, dicen, y en estos tiempos tan difíciles todos tenemos algo que pedirle a la providencia.
Es verdad, cuando las cosas no marchan como nosotros esperamos, los hinchas también apelamos a la fe. Ayer, la grey aliancista acompañó la procesión y pidió al Cristo Moreno alcanzar la final del torneo. La afición celeste, por su parte, hace lo propio para retomar el paso perdido en las últimas semanas. Y la hinchada de Universitario y otros clubes comprometidos con la baja seguro ruegan con devoción porque se les haga el milagro de la permanencia.
Este fin de semana, nuestro vóley lucha por recuperar la supremacía perdida en la región y clasificar al próximo Mundial de México. Las chicas de la selección Sub 20 juegan acompañadas por un público fiel, que se entrega y nunca deja de creer. Los hábitos y estampas que muchos aficionados exhiben testimonian la fe inquebrantable de tantas familias que pueblan las gradas del coliseo Bonilla de Miraflores.
Yo creo firmemente en nuestros jóvenes y en el deporte como agente de superación y desarrollo, porque promueve valores y saca lo mejor de nuestros chicos y chicas. Y en estas semanas de procesiones, romerías y peregrinajes, quiero reafirmar mi fe en el porvenir del deporte peruano. Un futuro que construimos todos, día a día, y para el que, sin duda, también apelamos al auxilio divino.