El primer recuerdo que tengo de un Perú vs. Chile es de 1995. Un vecino, veterano estandarte de mi barrio chalaco -cuenta la leyenda que llevaba 51 años viviendo allí-, puso su televisor en la calle, como cada vez que jugaba Perú. Usualmente dos o tres chicos se sentaban con él a renegar (en esas épocas, ver a la bicolor era hacer hígado). Para ese partido, un amistoso jugado en el Nacional, hubo récord: ocho devotos alrededor del vecino y su curtida tele de 14 pulgadas. Un lujo.
Yo no salí –no me dieron permiso–, pero igual vi el partido. Uno, dos, tres… ¡seis! El partido acabó 6-0 para Perú. Me asomé y vi que ahora había unas 25 personas con mi vecino –con sus respectivas bebidas espumantes en la mano, por supuesto– y se había improvisado una ‘pichanga’ en la pista. Me uní al fulbito –para eso sí me dieron permiso–, pese a que eran casi las 10 de la noche y había colegio al día siguiente. Pese a mis 9 años, sabía que un triunfo así no era algo de todos los días.
Perú jugó muchas veces más contra Chile durante mis años juveniles y siempre esos partidos los sentía diferente. ¿Por qué? No me pregunten. Ni idea. No odio a nuestros vecinos sureños, por si acaso. Pero vi a la bicolor ganarle a Argentina, Uruguay, Colombia, y nada tan dulce como ganarle a Chile. Lo malo es que lo usual era que Chile gane. Y esos raros capítulos en los que la bicolor sorprendía los disfrutaba con una satisfacción distinta.
Para el 2015, ya casi un treintañero, se dio un nuevo momento de esta rivalidad y planeé mi día en torno a ese partido: almuercito cumplidor, cine para que las horas pasen rápido, partido en un local con pantalla gigante. Era la semifinal de la Copa América y se jugaba en Santiago. Pucha, sería como recuperar el Huáscar, me dijo un amigo en la previa. Nunca tanto, pero cerca.
Todo lo planeado –era mi día de descanso, por cierto- lo iba a hacer con Alicia, mi enamorada. Mi legendariamente opaca vida amorosa tenía episodios memorables usualmente relacionados con el deporte. El fútbol era mi oportunidad para ser –o parecer– interesante: conversaba fluidamente, explicaba términos y tácticas, contaba anécdotas o historias relacionadas a algún jugador. Me volvía un ‘donjuán’.
Ese día todo salió mal. El almuerzo me cayó pesado, la película fue un bodrio y el único local que encontramos con espacio fue un barcito con una tele diminuta ubicada a kilómetros de la única mesa disponible. Para colmo, a los 20’, roja para Carlos Zambrano.
Unos meses después vino un 4-3 para Chile en el Nacional. Entre sus ingredientes tuvo una roja tonta a Christian Cueva por un pelotazo a un rival, un saque apresurado de Pedro Gallese –Perú estaba con nueve en cancha– que terminó en gol, y el incesante ‘tiki taka’ chileno en varios pasajes. Incluso, un ‘camotito’ al ‘Pulpo’ acabó en la red. Yo había pedido el día libre. Convoqué a Alicia, compré mi geseosón, pedí mi chifa y otra vez acabé derrotado. Encima, con un mensaje grabado: “Por acá pasó el campeón de América”. Paolo Guerrero se fue entre lágrimas, pese a que anotó un gol sobre el final, un gol que nadie sabía sería clave para clasificar a Rusia.
Un año después, en Santiago, Perú otra vez fue derrotado. Edison Flores anotó su primer gol en Eliminatorias, pero igual no pudo evitar el 2-1 final. Yo estaba en el extranjero de vacaciones, pero hice un alto a todo para buscar un lugar donde ver el partido. Compré la botella de agua más cara de mi vida –al cambio, algo de 25 soles–, sufrí, renegué, me decepcioné.
La revancha de todos
El último Perú vs. Chile fue en 2019. Otra vez ‘semi’ de Copa América. Esta vez no preparé nada, lo vi en la redacción y, aunque mi anhelo de victoria era el mismo, mi optimismo había menguado. En 2018 hubo un amistoso en el que goleamos 3-0, pero no lo viví al máximo. Lo festejé, sí, pero me quedó el sinsabor de que no se jugaba por los puntos. Ese partido era diferente.
Arrancó el partido y Perú era más. Calma, esto recién empieza, pensé enseguida. Y ahí nomás gol de Flores, ese ‘orejón’ bendito. Y al verlo celebrar –algo cauto por el VAR– fue inevitable recordar ese gol en Santiago, en 2016, su primer tanto en Eliminatorias y que tres años antes de eso, en 2013, con la Sub 20, también le había anotado a Chile, pero igual la bicolor había quedado fuera del Mundial de su categoría. Seis años después llegaba la revancha para el ‘Orejas’. Y también para Renato Tapia, Andy Polo y Miguel Araujo, quienes estuvieron en esa selección.
Yoshimar Yotún hizo el 2–0, tras la segunda asistencia que daba Carrillo esa noche. Entonces vino a mi mente el debut oficial de la ‘Culebra’ con la bicolor. Con 20 años recién cumplidos, Sergio Markarián lo llevó a la Copa América 2011: jugó 13 minutos ante Chile, y anotó un autogol. ¡Qué gusto por André!, pensé mientras celebraba el gol a todo pulmón.
Para el segundo tiempo emergió la figura de del ‘León’ Zambrano. La del 2015 fue una roja absurda, sí, en el peor momento –también lo culpé, lo acepto-, pero ese día, cada despeje, cada cruce, significaban una nueva historia.
En un contragolpe chileno, Eduardo Vargas se iba solo contra el arco peruano y Cueva lo desacomodó como pudo sin hacer falta (chau recuerdo de la roja tonta en el Nacional). Además, ahí estuvo Gallese para tapar ese mano a mano y todo lo que pateó Chile ese día, incluido un penal que el mismo Vargas quiso ‘picar’. Hizo un partido de 10 puntos y atrás quedó el ‘camoteo’ en ese gol en Lima y su ‘error’ al sacar apurado.
La cereza del pastel fue ver a Guerrero anotar entre ‘oles’ de la tribuna. No sé si por su cabeza pasaron los dos últimos partidos que jugó ante Chile, en los que acabó entre lágrimas. O a lo mejor ese amistoso ante la ‘Roja’ en 2014 –que pocos recuerdan–, en que falló un penal, y Perú perdió 3-0. Pero ese festejo, ese momento, lo compensaba todo para el capitán.
Significaba mucho para mí este partido, pero también para nuestros jugadores. ¡Claro que ellos también viven revanchas! Volví a casa del trabajo casi la 1:00 am. y Alicia, ahora mi esposa, me recibió con un gran abrazo. Compré chifa, me dijo. Y nos sentamos a comer mientras en la tele –que no es gigante pero cumple– repetían el partido. Era muy tarde y ella trabajaba temprano, así que le sugerí que vaya a descansar. Te acompaño, partidos así no se dan todos los días.