Cuando un genio como Lionel Messi brilla como anoche, es hasta indigno intentar hacer un análisis del partido de fútbol en el que nos ha dejado — otra vez — con la boca abierta. En ese aspecto no hay mucho más que contar que estamos ante la presencia de lo extraordinario, y solo queda agradecer por tener la oportunidad de ver en vivo a este fenómeno pisando las canchas y embocándola en un ángulo.
Quizá la única reflexión que valga la pena hacer es que antes de esta Copa América Centenario, Diego Armando Maradona había dicho que el jugador del Barcelona no tenía personalidad. Y que Messi respondió dejándose crecer una barba colorada que revelaba que se sentía muy bien y se echó a jugar. Cinco partidos ganados, diecisiete goles después y con el récord de goleador histórico de la Selección Argentina en la bolsa, la "Pulga" ha puesto a la albiceleste en una final por tercera vez consecutiva.
Sucede, sin embargo, que mis amigos de Depor no me han convocado para cantarles tangos, sino más bien, para analizar cómo Argentina desmanteló en 90 minutos al anfitrión del torneo. Así que aquí va mi análisis de la primera semifinal de la Copa América Centenario que se jugó en Houston.
Estados Unidos no se había terminado de acomodar con el tradicional 4-4-2 de Klinsmann, cuando un pase de Messi a Lavezzi sobre las cabezas de su defensa los tomó a contrapié después de un corner. El delantero argentino la sombreó de cabeza sobre el portero Brad Guzan y puso el 1-0 cuando apenas habían pasado tres minutos de partido.
Con la necesidad de salir a buscar el encuentro, y un equipo mutilado por las suspensiones de Bedoya, Jones y Wood, Estados Unidos se topó con un Argentina que no soltó en ningún momento la presión sobre las dos primeras líneas de formación de los norteamericanos. El equipo del "Tata" Martino, corto, concentrado y casi todo el tiempo en cancha rival, forzó de esta manera a jugadores como Yedlin y Johnson por los laterales o Bradley y Beckerman por el medio, a errar con frecuencia en la entrega, algo que no había sucedido en los anteriores tres encuentros disputados por los anfitriones del torneo.
El resultado directo de esto fue que la posesión del balón correspondió en casi un 70% a los sudamericanos. Esto, unido a un porcentaje de 93% de efectividad en la entrega de pases se tradujo en un dominio total del terreno que pudo haber terminado en mucho más de los cuatro goles de diferencia finales, de no haber ocurrido las lesiones de Fernández, Rojo y Lavezzi al inicio del segundo tiempo.
Argentina se plantó en la cancha con un 4-3-3 bien definido, con Messi otra vez recostado sobre el lateral derecho, Higuaín como punta y Lavezzi por la izquierda. Al medio, Banega, Mascherano y Fernández con una línea de distribución incansable y certera en la entrega alimentando a los tres de arriba y la presencia y ayuda permanente de "Masche" al presionar a los cuatro del fondo estadounidense, acción que tenía como consecuencia que los de casa nunca tuvieran oportunidad de elaborar juego y terminaran tirándola arriba y perdiendo la posesión inmediatamente.
Atrás Mercado, Otamendi, Funes Mori y Rojo tuvieron por lo tanto casi siempre la ventaja de encontrarse frente a una delantera huérfana y aislada en Dempsey y el poco experimentado Wondolowski. Producto de esto, el encuentro terminó con la vergonzosa estadística que revela que Estados Unidos no remató ni una sola vez al arco del "Chiquito" Romero. La estadística también nos deja otra cifra significativa: los 102 pases acertados y solo 2 errados de Ever Banega, el número 19 argentino que ha sido pieza fundamental en el funcionamiento del equipo de Martino.
Sería mezquino decir que solo en la zurda extraterrestre de Messi se basa el récord perfecto de Argentina en esta Copa. Lavezzi e Higuaín han despertado del letargo con su selección y finalmente parecen dignos acompañantes de Lio, jugando en su sintonía. Ya mencionamos a Banega, a la solidez de la pareja Otamendi-Funes Mori — escuché a alguien decir que sus nombres suenan al de personajes de arrabal sacados de un relato de Jorge Luis Borges — y al valioso trajín de Mascherano.
No obstante, luego de ver cómo con la precisión de un billarista Lionel Messi inclina el cuerpo en un ángulo perfecto y le da al balón con el botín izquierdo de la manera exacta que se requiere para que este se pueda colar por el único resquicio que no está cubierto por el arquero rival, cualquier análisis es pura anécdota, e insisto, hasta indigno.
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