Miguel Ángel Russo no es mal técnico. Es más, debe ser bueno. Tiene más de mil partidos dirigidos en 14 equipos diferentes de España, Argentina, Chile, México, Colombia y Perú. Ascendió a equipos a la primera división de su país como Lanús y Estudiantes de La Plata, ganó títulos nacionales con Vélez y Millonarios, y su principal logro fue obtener la Copa Libertadores del 2007 con Boca Juniors. Algo bueno tiene que tener.
Su currículum vitae fue el que encandiló a la dirigencia y el que ilusionó al hincha blanquiazul. No fue ni su perfil ni su presente. El técnico de 63 años sigue la línea de ser distante con el jugador y de confiar más en su instinto y decisiones, que en el trabajo de campo. Además, venía de un fracaso rotundo con Millonarios al no clasificarlo a los play offs finales por no quedar entre los ocho primeros lugares de la tabla.
Lo cierto es que al principio su firma hizo olvidar rápido la partida de Pablo Bengoechea, y al técnico argentino, con conocimiento, se le entregó un equipo ya armado con dos jugadores de selección (Wilder Cartagena y Pedro Gallese) y con futbolistas que habían destacado en sus equipos la temporada pasada (Aldair Salazar, José Manzaneda, Joa Arroé, Adrián Ugarriza y Rodrigo Cuba). El DT sólo tuvo que ver con la contratación de un jugador (Felipe Rodríguez). Para algunos, el que no haya armado él mismo el equipo afectó en su rendimiento, para mí, nadie lo obligó a firmar. En Alianza se creyó que con los galones de Russo era suficiente, pero nada más alejado de la verdad.
Es importante entender que nadie tiene el secreto del triunfo seguro en el fútbol. No hay método comprobado para llegar al éxito. Pero como en cualquier trabajo, siempre hay más probabilidades si se sabe llegar al grupo y si hay un buen ambiente laboral. Esto no sucedió en Alianza desde el día uno. Cuando el técnico campeón de América marcó distancia con el jugador ordenando concentrar en un lugar diferente. En la pretemporada de Chincha, los futbolistas concentraban en las instalaciones de la Videna, mientras que Russo lo hacía en un hotel con más comodidades. El contacto con el futbolista era mínimo, de hecho, delegaba mucho a su preparador físico, Guillermo Cinquetti, quien se encargaba hasta de las charlas con las que arrancaban los entrenamientos.
La lejanía aumentaba cuando Russo declaraba en los medios explicando las derrotas con errores individuales “infantiles” de los futbolistas sin hacer alguna autocrítica. O peor aún, cuando en unos de sus últimos días en el club, tras el partido con Internacional por Copa Libertadores, hizo referencia al buen juego del rival D’Alessandro y declaró sentado al lado de Gallese: “Nosotros estamos en otro nivel, no tenemos ese tipo de jugadores”. Yo me pregunto, ¿De qué sirve esa afirmación? ¿Motiva a los jugadores o limpia al técnico? Acaso, ¿no es trabajo del técnico acortar esas distancias?
Finalmente, es claro que lo de Russo en Alianza Lima fue nefasto. Para el olvido. Dirigió 15 partidos oficiales en el club y perdió más de la mitad (8), ganó solo 3 y empató 4. Anotó 18 goles y le convirtieron 26. Dejó al equipo último en la Copa Libertadores y décimo primero en la Liga 1.
Russo llegó a Matute hablando otro idioma, nunca se hizo entender. No tuvo el hambre que demostró tener antes, careció del apetito de un técnico que no ganó y que se cuestiona ciertas decisiones. Russo creyó tener todas las respuestas y en el fútbol de hoy, donde el jugador es lo más importante, no hay lugar para la soberbia.