Por primera vez en la era de Ricardo Gareca, la Selección Peruana perdió pese a jugar mejor que el rival. Todas las victorias en las Eliminatorias y en los amistosos previos a Rusia 2018 fueron siempre un reflejo del dominio en la cancha. En los empates y en las derrotas, los rivales superaron a la Blanquiroja. Por eso, la caída ante Dinamarca es inédita.
¿Qué se entiende cuando se habla de jugar bien? Tener más la pelota, usar todo el ancho de la cancha, tocarla rápida y con precisión, triangular y patear más al arco. Las victorias, en la enorme mayoría de casos, suelen ser consecuencia de todo eso.
El equipo de Gareca cumplió casi siempre estos requisitos. Algunos pases errados y algunas malas decisiones no contradicen eso. La Selección Peruana fue la de siempre. No pesó que jugaran en el debut de un Mundial. Un jugador como André Carrillo, discreto en los amistosos, fue el mejor del equipo. Christian Cueva, pese al penal fallado, nunca se escondió.
La respuesta apurada dice que a Perú le faltó presión, fortuna, serenidad inmediatamente después del penal.
El análisis más detenido revela que cuando se pisó el área, frente al bosque de piernas que tenían delante, los jugadores tuvieron la pelota demasiado tiempo en sus pies sin pasarla y se perdió sorpresa, capacidad para romper el equilibro danés con jugadas a un toque, a un solo amague. Cuando lo hicieron, Cueva fabricó el penal; así se abrió el espacio Carrillo para el remate que con dificultad Schmeichel atajó; así logró Paolo Guerrero un taco que terminó con la pelota rozando el palo.
La obviedad dice que por ese camino se hubiera tenido más oportunidades de gol. Tampoco ayudó una Dinamarca que permitió a la Selección Peruana poblar la frontera de su área con el objetivo de abrir la cancha para el contragolpe. Y aprovechó la mejor chance que tuvo.
Lo alentador es que Perú fue Perú 36 años después, que se volvió con las misma identidad de juego que exhibió en hace tres décadas en España 82, que el equipo sabe quién es. Y eso, pese a la derrota de hoy, es razón suficiente para pensar que todos nos irá bien.