Esta semana, el mundo del fútbol espera la primera final de la Copa Libertadores, que enfrenta a Boca Juniors y River Plate. Los dos grandes del balompié argentino se preparan para una definición soñada: el clásico de bosteros y millonarios cobra una nueva dimensión y proyecta su atractivo en todo el planeta.
Esquiva para los clubes peruanos, que generalmente quedan fuera en primera ronda, la Libertadores despierta interés global y constituye un trampolín para los futbolistas que aspiran a emigrar a los grandes mercados del deporte rey. Una vitrina de lujo para cazatalentos en busca de futuras estrellas.
En nuestro país, donde se cocinan cambios para la liga del 2019, las autoridades no parecen percatarse de la necesidad de adecuar el calendario del fútbol peruano a la competencia internacional. Es vergonzoso que todos los años nuestros equipos jueguen su primer partido de la temporada en la Libertadores. Es además irresponsable y atenta contra el propio interés de los clubes, los deportistas y el producto ‘fútbol peruano’, que se devalúa con cada eliminación temprana.
No podemos esperar resultados diferentes si seguimos haciendo las cosas como siempre. Hoy, cuando los esfuerzos se orientan a que los clubes trabajen efectivamente con menores y cuenten con mejor infraestructura, es momento de ajustar nuestros tiempos a la agenda futbolística del resto del mundo.
Nos espera un camino largo para recuperar el respeto por los clubes peruanos, pero nada es imposible. Eso sí, tenemos que actuar ya. Para volver a soñar, acaso, con una final realmente diferente, una que marque el regreso de un equipo peruano a la primera línea del fútbol sudamericano.
Escribe: Guillermo Denegri