El fútbol venezolano es impredecible, sin lugar a dudas. Usted puede considerar eso bueno o malo, según sea la perspectiva con la que aborde el asunto: por una parte, no hay monopolio de resultados, no hay un ganador constante. Eso sería lo “bueno” (sí, entre comillas). Lo malo es que reinan la irregularidad, la inconsistencia, y son ellas las principales razones por las que no existe un patrón más o menos claro para distinguir hipotéticos candidatos.
De los 18 equipos que conforman la Primera División venezolana, los primeros ocho de la ronda regular clasifican a los cuartos de final. El octavo y noveno de la tabla (Zulia FC y Mineros de Guayana, respectivamente) sufrieron sanciones administrativas, por alineación indebida, y terminó clasificándose el Deportivo La Guaira, un equipo que, con una plantilla llena de estrellas, no había sido capaz de superar el décimo puesto. Así se definían los cuartos de final del balompié venezolano.
Una de esas llaves de eliminación directa la conformaban el Caracas FC y el Deportivo Anzoátegui. En el partido de ida, disputado en el Estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela, feudo del Caracas FC, protestas antigubernamentales eran reprimidas con gases lacrimógenos apenas a metros del recinto deportivo. Ante la negativa -o podríamos llamarle negligencia- del delegado de la Federación y del árbitro principal para suspender el encuentro, los 22 jugadores se vieron forzados a disputar el partido bajo los efectos de los gases. Aunque usted no lo crea.
Por otra parte, la Federación Venezolana de Fútbol prohibió que se realizara un minuto de silencio, en honor a los manifestantes caídos en las calles, antes del inicio de cada partido. Ante la imposición, e incluso con la censura cómplice de la televisora encargada de la transmisión de los encuentros, los jugadores se mantenían inmóviles durante el primer minuto de partido para cumplir con su sentido homenaje.
Estas son algunas de las postales de lo que fue el último semestre futbolístico en Venezuela.
Pero volviendo a lo netamente deportivo, y después de que equipos favoritos como el Deportivo Táchira o el Zamora quedaran eliminados en llaves previas, Monagas y Caracas, para sorpresa de muchos, se citaban en la final para definir al monarca del Apertura.
Con una plantilla confeccionada a partir de descartes de otros equipos, y representando a una institución que en sus 30 años de historia jamás había conseguido ser campeón, el entrenador Jhonny Ferreira se mantuvo fiel a una idea de juego que, lejos de los inmediatismos, tomó algo de tiempo para que cuajara. Y vaya en qué momento lo hizo.
El equipo de la ciudad de Maturín, en el marco de un formato que prioriza la espectacularidad por encima de la regularidad de resultados, demostró que a base de talonario no se garantiza el éxito inmediato y, aún más importante, que cuando se trabaja concienzudamente, y se explota al máximo las virtudes de una plantilla, es posible alcanzar la gloria.
Desde Venezuela
Anthony Abellás (@AnthonyAbellas)