Chile se volvió una fiesta cuando supo que iba a ser la sede del Mundial de 1962. "Porque nada tenemos, lo haremos todo" aseguró Carlos Dittborn, presidente del comité sudamericano. Desde ese momento, el país sureño empezó una serie de espectaculares obras de infraestructura con énfasis en estadios, hoteles y la instalación del primer set de televisión. Todo estaba perfectamente establecido y organizado, o al menos, eso creían.
Cuando ya se acercaba el 24 de junio, fecha del inicio del Mundial del 62, el Comité Organizador reparó en la falta de traductores para los países que no hablaban alemán, francés ni inglés. En otras palabras, no había quien pueda entender a los representantes de Checoslovaquia, Unión Soviética, Bulgaria y Suiza, a pesar que algunas de estas naciones si tenían a los mencionados idiomas como lenguas secundarias.
La situación fue tomando día a día una realidad más alarmante. Fue en esos días donde se presentó ante la Subcomisión de Informaciones un muchacho joven, simplón y con una presencia oriundas de Temuco, región donde creció. "Segundo Sánchez es mi nombre", dijo.
Segundo Sánchez buscaba un trabajo que le brinde solo un poco de dinero, porque no tenía profesión. Las palabras del muchacho sorprendieron a los miembros de la Subcomisión: "Domino 18 idiomas, no más, señor". El chileno no imaginaría que ese día empezaría una exitosa carrera en su país.
Obviamente le hicieron las pruebas necesarias a Sánchez, dejando atónitos a todos los miembros del Comité Organizador. El inglés, impecable; francés, excelente y alemán, fluido. Aparte de dichas lenguas, empezó a conversar en italiano, latín, griego y hebreo. Luego, con mucha timidez, dijo: "en realidad hablo veinticinco lenguas, sin contar algunos dialectos como el malayo y el indonesio".
¿Cómo lo aprendió? Pues leyendo. Segundo Sánchez indicó que su fuente de enseñanza fueron diccionarios, libros y revistas comprados en una tienda de Temuco.
El joven, que fue por unos pocos billetes, terminó firmando un contrato con un gran salario y convirtiéndose en el jefe de traductores en el Mundial de 1962. Terminando el Mundial, integró el Ministerio de Relaciones Exteriores gracias a su gran capacidad idiomática.
Información recolectada del libro "Historias insólitas de los Mundiales de Fútbol", escrito por Luciano Wernicke.
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