El fútbol es más que un balón rodando en un campo de juego. Es más que fichajes, euros, golazos y más. Este deporte es la capitalización de los sueños de un sinnúmero de personas, jóvenes que luchan día a día y se alejan del común denominador para alimentar la esperanza de sus familias y, en muchos casos, de un país entero. Egipto está en boca de todos por Mohamed Salah, jugador sin muchas luces por su nacionalidad, pero que ahora es un ejemplo para todo un país que sufre los rezagos de una realidad política nada favorable.
Cuando Salah empezó su camino en el fútbol allá por el 2010 en el Mokawloon de su país, sabía que daría el gran salto pronto. Sin embargo, el atacante debió superar peldaño a peldaño para llegar al fútbol de primer nivel, no sin antes dejar una promesa en todo su país: no fracasar.
Cuando llegó al Chelsea, su poca continuidad lo obligó a irse cedido a la Fiorentina, para luego llegar a la Roma. La cesión no lo amilanó. Fue su trampolín para ser hoy la figura de un Liverpool que quiere volver a la élite de Europa. Salah, más que la estrella del cuadro inglés, es la esperanza de Egipto en el Mundial de Rusia 2018.
Pero Salah no solo se limita al fútbol. A pesar de haber sido rechazado en un equipo local donde siempre deseó jugar, es ahora un embajador de Egipto en el mundo. Mientras el país vive disturbios, violencia política y mucho miedo, el atacante es un rayo de esperanza en donde, en pocas palabras, le dice a sus compatriotas que los sueños pueden hacerse realidad.
Si bien algunos expertos del país instan a tomar con cautela el 'fenómeno Salah'—ya que es usado por el gobierno autoritario para desviar la vista de los problemas políticos—, estos reconocen que el delantero le hace bien a todos los egipcios, quienes están hartos de vivir penas.
Mohamed Salah salió de su país para ser el jugador que es ahora. A sus 25 años, su peinado afro y barba pronunciada acaparan los flashes de la Premier League.